Capítulo 10 – EL AGUA CLARA: EL ALIMENTO DE LA VIDA CREATIVA

CAPÍTULO 10

El agua clara: El alimento de la vida creativa

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La creatividad cambia de forma. En determinado momento tiene una forma y al siguiente tiene otra. Es como un espíritu deslumbrador que se nos aparece a todos, pero que no se puede describir, pues nadie se pone de acuerdo acerca de lo que ha visto en medio de aquel brillante resplandor. ¿Son el manejo de los pigmentos y los lienzos o los desconchados de la pintura y el papel de la pared unas pruebas de su existencia? ¿Qué tal el papel y la pluma, los macizos de flores que bordean la calzada del jardín o la construcción de una universidad? Sí, por supuesto. ¿Planchar bien un cuello de camisa, organizar una revolución? También. ¿Tocar amorosamente las hojas de una planta, concertar el «acuerdo de tu vida», cerrar el telar, encontrar la propia voz, amar bien a alguien? También. ¿Sostener en brazos el cálido cuerpo de un recién nacido, educar a un niño hasta la edad adulta, ayudar a una nación a levantarse? También. ¿Cuidar el matrimonio como el vergel que efectivamente es, excavar en busca del oro de la psique, encontrar una palabra hermosa, confeccionar una cortina de color azul? Todo eso es fruto de la vida creativa. Todas estas cosas pertenecen a la Mujer Salvaje, al Río Bajo el Río que fluye incesantemente hacia nuestra Vida. Algunos dicen que la vida creativa está en las ideas y otros dicen que está en las obras. En la mayoría de los casos da la impresión de encontrarse en un ser sencillo. No es la virtud, aunque eso está muy bien, Es el amor, es amar algo —tanto si es una persona como si es una palabra, una imagen, una idea, la tierra o la humanidad— hasta el extremo de que todo lo que se pueda hacer con lo sobrante sea una creación. No es cuestión de querer, no es un acto individual de voluntad; es simplemente algo que se tiene que hacer.

La fuerza creativa discurre por el terreno de nuestra psique buscando los huecos naturales, los arroyos que existen en nosotras. Nosotras nos convertimos en sus tributarios, en sus cuencas; somos sus estanques, sus charcos, sus corrientes y sus santuarios. La fuerza creativa salvaje discurre por los techos que tengamos, por los innatos y por los que nosotras cavamos con nuestras propias manos. No tenemos que llenarlos, sólo tenemos que construirlos.

En la tradición arquetípica se tiene la idea de que si alguien prepara un lugar psíquico especial, el ser, la fuerza creativa, la fuente de¡ alma se enterará, se abrirá camino hacia él y establecerá en él su morada. Tanto si esta fuerza es convocada por el bíblico «sigue adelante y prepara un lugar para el alma» como si lo es por una voz que, como en la película Field of Dreams (1) en la que un campesino oye una voz que lo insta a construir un campo de golf para los espíritus de los jugadores difuntos, le dice: «Si lo construyes, ellos vendrán», el hecho de preparar un lugar adecuado propicia la venida de la gran fuerza creativa.

En cuanto este gran río subterráneo encuentra sus estuarios y sus brazos en nuestra psique, nuestra vida creativa se llena y se vacía, sube y baja en las distintas estaciones exactamente igual que un río salvaje. Estos ciclos dan lugar a que las cosas se hagan, se alimenten, decaigan y mueran a su debido tiempo, una y otra vez.

La creación de algo en un punto determinado del río alimenta a los que se acercan a él, a las criaturas que se encuentran corriente abajo y a las del fondo. La creatividad no es un movimiento solitario. En eso estriba su poder. Cualquier cosa que toque, quienquiera que la oiga, la vea o la perciba, lo sabe y se alimenta. Es por eso por lo que la contemplación de la palabra, la imagen o la idea creativa de otra persona nos llena y nos inspira en nuestra propia labor creativa. Un solo acto creativo tiene el poder de alimentar a todo un continente. Un acto creativo puede hacer que un torrente traspase la piedra.

Por esta razón, la capacidad creativa de una mujer es su cualidad más valiosa, pues se ve por fuera y la alimenta por dentro a todos los niveles: psíquico, espiritual, mental, emotivo y económico La naturaleza salvaje derrama incesantes posibilidades, actúa a modo de canal del parto, confiere fuerza, apaga la sed, sacia nuestra hambre de la profunda vida salvaje. En una situación ideal, el río creativo ningún dique y ningún desvío y, sobre todo, no se utiliza indebidamente (2).

El río de la Mujer Salvaje nos alimenta y nos convierte en unos seres que son como ella: dadores de vida. Mientras nosotras creamos, este ser salvaje y misterioso nos crea a su vez y nos llena de amor. Somos llamadas a la vida de la misma manera que las criaturas lo son por el sol y el agua. Estamos tan vivas que damos vida a nuestra vez; estallamos, florecemos, nos dividimos y multiplicamos, fecundarnos, incubamos, transmitimos, ofrecemos.

Está claro que la creatividad emana de algo que se levanta, rueda, avanza impetuosamente y se derrama en nosotras, no de algo que permanece inmóvil esperando —aunque sea de manera tortuosa e indirecta— que nosotras encontremos el camino que conduce hacia él. En este sentido jamás podemos «perder» nuestra creatividad. Está siempre ahí, llenándonos o chocando con cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Si no encuentra ninguna salida para llegar hasta nosotras, retrocede, hace acopio de energía y embiste con fuerza hasta que consigue abrir una brecha. La única manera de evitar su insistente energía consiste en levantar constantes barreras contra ella o dejar que la negligencia y el negativismo destructivo la envenenen.

Si buscamos con ansia la energía creativa; si tenemos problemas con el dominio de la fertilidad, la imaginación y la ideación; si tenemos dificultades para centrarnos en nuestra visión personal, actuar en consecuencia o llevarla a su cumplimiento, significa que algo ha fallado en la confluencia entre las fuentes y el afluente. A lo mejor, nuestras aguas creativas discurren a través de un ambiente contaminado en el que las formas de vida de la imaginación mueren antes de alcanzar la madurez. Con harta frecuencia, cuando una mujer se ve despojada de su vida creativa, todas estas circunstancias se encuentran en la raíz de la situación.

Hay también otras posibilidades más insidiosas. A lo mejor, una mujer admira tanto las cualidades de otra y/o los aparentes beneficios adquiridos o recibidos por otra que se convierte en una experta en el arte de la imitación y se conforma tristemente con ser una mediocre copia en lugar de desarrollar las propias cualidades hasta sus más absolutas y sorprendentes profundidades. A lo mejor, la mujer está atrapada en una adoración o una hiperfascinación por sus heroínas y no sabe cómo socavar sus inimitables dones. A lo mejor, tiene miedo porque las aguas son muy profundas, la noche es oscura y el camino es muy largo; justo las condiciones necesarias para el desarrollo de las varias y originales cualidades propias.

Puesto que la Mujer Salvaje se encuentra en el Río Bajo el Río, cuando fluye hacia nosotras, nosotras también fluimos. Si la abertura que va de ella a nosotras está bloqueada, nosotras también nos bloqueamos. Si sus corrientes están envenenadas por culpa de nuestros complejos negativos interiores, del ambiente o de las personas que nos rodean, los delicados procesos que configuran nuestras ideas también se contaminan. Y entonces somos como un río moribundo, lo cual no se puede pasar por alto, pues la pérdida de una clara corriente creativa constituye una crisis psicológica y espiritual.

Cuando un río está contaminado, todo empieza a morirse porque, tal como sabemos por la biología medioambiental, cada forma de vida depende de todas las demás. Si, en un río de verdad, la juncia de la orilla adquiere una coloración marrón debido a la falta de oxígeno, los pólenes no encuentran nada lo suficientemente vigoroso para que se pueda fecundar, el llantén cae sin dejar entre sus raíces el menor espacio para los nenúfares, a los sauces no les crecen amentos, los tritones no encuentran pareja y las efímeras no se reproducen.

Por eso los peces no brincan fuera del agua, los pájaros no se zambullen y los lobos y otras criaturas que se acercan al río para refrescarse se van a otro sitio o se mueren por haber bebido agua corrompida o haber devorado una presa que a su vez se había alimentado con las moribundas plantas de la orilla.

Cuando la creatividad se queda estancada de alguna manera, el resultado siempre es el mismo: ausencia de frescor, debilitamiento de la fertilidad, imposibilidad de que las formas inferiores de vida vivan en los intersticios de las formas de vida superiores, imposibilidad de producir una idea en contraposición a otra, de incubar, de engendrar nueva vida. Entonces nos sentimos enfermas y queremos seguir adelante. Vagamos sin rumbo fingiendo que nos las podemos arreglar sin la lujuriante vida creativa o bien simulándola; pero no podemos y no debemos. Para que regrese la vida creativa, hay que limpiar y clarificar las aguas. Tenemos que adentrarnos en el fango, purificar los elementos contaminados, abrir de nuevo las aberturas, proteger la corriente de futuros daños.

Entre los pueblos de habla española se narra un antiguo cuento llamado La Llorona. Algunos dicen que su origen se remonta al siglo xvi, cuando los conquistadores invadieron los pueblos aztecas de México, pero es mucho más antiguo que eso. El cuento gira en torno al río de la vida que se convirtió en un río de muerte. La protagonista es una cautivadora mujer del río, fértil y generosa, que crea a partir de su propio cuerpo. Es pobre, sobrecogedoramente hermosa, pero rica de alma y espíritu.

La Llorona es un cuento muy extraño, pues sigue evolucionando a través del tiempo como si tuviera una vida interior propia. Como una gigantesca duna móvil de arena que avanza por el territorio, devora cualquier cosa que se le ponga por delante y construye con ella y encima de ella hasta que la tierra se convierte en parte de su propio cuerpo. El cuento se cimenta sobre las cuestiones psíquicas de cada generación. A veces La Llorona se narra como un cuento acerca de Ce. Malinalli o Malinche, la indígena que, según se dice, fue la intérprete y amante del conquistador Hernán Cortés.

Pero la primera versión que yo oí de La Llorona la describía como la protagonista de una guerra sindical en los bosques del norte donde yo me crié. La siguiente vez que oí contar el cuento, La Llorona se enfrentaba a un adversario implicado en la repatriación forzosa de mexicanos desde Estados Unidos en los años cincuenta. En el Sudoeste me contaron distintas versiones del cuento, una de ellas perteneciente a los campesinos de la antigua Concesión Territorial Española, quienes aseguraban que la protagonista había participado en las guerras de las concesiones territoriales de Nuevo México y era una pobre pero herniosa hija de un español de la que se aprovechó un acaudalado constructor.

Después está la versión de los fantasmas; La Llorona va gimiendo de noche por un estacionamiento de caravanas; la de la «prostituta enferma de sida»; La Llorona que ejerce su oficio en la Town River de Austin. Pero la versión más sorprendente me la contó un niño. Primero les relataré la línea argumental de los grandes cuentos de La Llorona y después el asombroso sesgo del cuento.

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La Llorona

Un rico hidalgo corteja a una pobre pero hermosa mujer y se gana su afecto. Ella le da dos hijos, pero él no se digna casarse con ella. Un día él le anuncia que regresa a España para contraer matrimonio con una acaudalada dama elegida por su familia, y que se llevará a sus hijos.

La joven enloquece de dolor y actúa con los gritos y aspavientos propios de las locas. Le araña el rostro, se araña el suyo, le rasga la ropa y se rasga la suya. Toma a sus hijitos, corre con ellos al río y los arroja al agua. Los niños se ahogan, La Llorona cae desesperada de rodillas en la orilla del río y se muere de pena.

El hidalgo regresa a España y se casa con la rica. El alma de La Llorona asciende al cielo. Allí el guardián de la entrada le dice que puede ir al cielo, pues ha sufrido mucho, pero no podrá entrar hasta que recupere las almas de sus hijos en el río.

Y por esta razón hoy se dice que La Llorona recorre la orilla del río con su largo cabello volando al viento e introduce los largos dedos en el agua para buscar en el fondo a sus hijos. Y por eso también los niños no deben acercarse al río cuando se hace de noche, pues La Llorona los podría confundir con sus hijos y llevárselos consigo para siempre (3).

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Y ahora vamos a una Llorona moderna. A medida que la cultura va experimentando los efectos de distintas influencias, nuestra forma de pensar, nuestras actitudes y nuestros temas de interés cambian también. Y lo mismo ocurre con el cuento de La Llorona. Cuando el año pasado estuve en Colorado recogiendo cuentos de fantasmas, Danny Salazar, un niño de diez años sin dientes frontales, unos pies surrealísticamente grandes y un cuerpo huesudo (destinado a ser muy alto algún día) me contó esta versión. Me dijo que La Llorona no mató a sus hijos por las razones que se indican en la versión antigua.

—No, no —me aseguró Danny. La Llorona se fue con un rico hidalgo que tenía unas fábricas río abajo. Pero algo falló. Durante su embarazo, La Llorona bebió agua del río. Sus hijos, que eran gemelos, nacieron ciegos y con los dedos palmeados porque el hidalgo había envenenado el río con los desechos de sus fábricas. El hidalgo le dijo a La Llorona que no la quería ni a ella ni a sus hijos. Se casó con una mujer muy rica a la que le encantaban los productos de la fábrica. La Llorona arrojó a los niños al río para que no tuvieran que sufrir las penalidades de la vida, E inmediatamente después cayó muerta de pena. Fue al cielo pero San Pedro le dijo que no podía entrar a no ser que encontrara las almas de sus hijos. Ahora La Llorona busca incesantemente a sus hijos en el río contaminado, pero apenas puede ver nada, pues el agua está muy sucia y oscura. Ahora su espíritu recorre el fondo del río con sus largos dedos. Y ella vaga por la orilla del río llamando incesantemente a sus hijos.

La contaminación del Alma Salvaje

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La Llorona pertenece a la categoría de cuentos que las cantadora, y cuentistas de nuestra familia llaman temblones, es decir, cuentos que producen escalofríos. No cabe duda de que son entretenidos, pero su propósito es el de provocar en los oyentes un estremecimiento de conciencia que los lleve a la reflexión, la meditación y la acción. Cualesquiera que sean los motivos de los cambios que se hayan introducido en el relato a lo largo del tiempo, el tema central sigue Siendo el mismo: la destrucción de lo femenino fértil. Tanto si la contaminación de la belleza salvaje se produce en el mundo interior como si ocurre en el mundo exterior, la contemplación de lo que sucede resulta dolorosa. A veces en la cultura moderna consideramos que lo uno es mucho más devastador que lo otro, pero ambas cosas son igualmente graves.

Aunque yo a veces cuento las dos versiones de esta relato en otros contextos (4), cuando la narración se interpreta como una metáfora del deterioro de la corriente creativa, el hecho de comprenderlo provoca en todo el mundo —tanto en los hombres como en las mujeres— un hondo estremecimiento. Si vemos en este cuento el reflejo del estado de la psique de una mujer individual, comprenderemos muchas cosas acerca del debilitamiento y el malogro del proceso creativo de una mujer. Como en otros cuentos que terminan mal, la narración sirve para enseñarle a la mujer lo que no tiene que hacer y cómo retractarse de las elecciones equivocadas para poder reducir el impacto negativo. Por regla general, siguiendo el rumbo psicológico contrarío al elegido por la protagonista del cuento, podemos aprender a capear el temporal en lugar de ahogarnos en él.

El cuento utiliza la metáfora de la bella mujer y del puro río de la vida para describir el proceso creativo femenino en su estado normativo. Pero aquí, cuando se entremezclan con un animus destructivo, tanto la mujer como el río se deterioran. Y entonces la mujer cuya vida creativa está menguando experimenta como La Llorona una sensación de envenenamiento y deformación y un deseo de matarlo todo. Posteriormente se ve empujada a una búsqueda aparentemente interminable entre las ruinas de su antiguo potencial creativo.

Para enderezar la ecología psíquica de la mujer, el río se tiene que volver a limpiar. No es la calidad de nuestros productos creativos lo que nos interesa en este cuento sino el reconocimiento individual del valor de las propias facultades y los métodos necesarios para poder cuidar de la vida creativa que las rodea. Detrás de las acciones de escribir, pintar, pensar, curar, hacer, guisar, conversar, sonreír, realizar, está siempre el Ría Bajo el Río que alimenta todo lo que hacemos.

En la simbología, las grandes extensiones de agua representan el lugar en el que se cree que tuvo origen la vida. En el Sudoeste hispano de Estados Unidos el río simboliza la capacidad de vivir auténticamente. Se le llama la madre, La Madre Grande, La Mujer Grande cuyas aguas discurren no sólo por las acequias y los lechos de los ríos sino que también se derraman sobre los cuerpos de las mujeres cuando nacen sus hijos. El río se ve como la Gran Dama que pasea por la tierra con una holgada falda azul y plata y a veces oro, que se tumba en el suelo para fertilizarlo.

Algunas de mis viejas amigas del sur de Texas dicen que El Río Grande jamás podría ser un río macho sino que es un río hembra. ¿Qué otra cosa podría ser un río, dicen entre risas, sino La Dulce Acequia entre los muslos de la tierra? En el norte de Nuevo México, cuando hay tormenta o viento o cuando se produce una repentina inundación, se habla del río como si éste fuera una mujer sexualmente excitada que, en su ardor, se apresurara a tocar todo lo que puede para hacerlo crecer.

Vemos por tanto que en este caso el río simboliza una forma de generosidad femenina que estimula, excita y apasiona. Los ojos de las mujeres se encienden cuando crean, sus palabras cantan alegremente, sus rostros resplandecen de vida y hasta parece que se intensifica el brillo de su cabello. La idea las excita, las posibilidades las estimulan, el pensamiento las apasiona y, al llegar a este punto, tal como ocurre con el gran río, tienen que fluir sin interrupción por su incomparable camino creativo. Eso es lo que hace que las mujeres se sientan satisfechas. Y ésta es la situación del río que vivió La Llorona antes de que tuviera lugar la destrucción.

Pero a veces, como en el cuento, la vida creativa de una mujer es confiscada por algo que quiere hacer cosas pertenecientes al ego y exclusivamente para el ego, unas cosas que no poseen valor espiritual duradero. A veces, las presiones de la cultura a la que pertenece la mujer dicen que sus ideas creativas son inútiles, que nadie las querrá, que de nada sirve que siga adelante. Eso es una contaminación. Es como verter plomo al cauce del río. Eso es lo que envenena la psique.

La satisfacción del ego es permisible e importante en sí misma. Pero lo malo es que el hecho de vomitar los complejos negativos ataca toda la frescura, la novedad, el potencial, el carácter recién nacido, las cosas en fase de crisálida, la laguna y también lo que está en fase de crecimiento, lo viejo y lo venerado. Cuando falta demasiada alma o se produce un exceso de fabricación espuria, los desechos tóxicos se vierten a las puras aguas del río y destruyen no sólo el impulso sino también la energía creativa.

El envenenamiento del río

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Existen muchos mitos acerca de la contaminación y el taponamiento de lo creativo y lo salvaje, tanto los que se refieren a la contaminación de la pureza representada por la perjudicial niebla que una vez se extendió sobre la isla de Lecia, donde se guardaban las madejas con que las Moiras tejían la vida de los seres humanos (5), como si son relatos acerca de los hombres malvados que cegaban los pozos de las aldeas, provocando con ello sufrimientos y muerte. Dos de los cuentos más profundos son los modernos «Jean de Florette» y «Manon». (6) En dichos cuentos dos hombres, con intención de apoderarse de la tierra que un pobre jorobado, su mujer y su hijita intentan vivificar con flores y árboles, ciegan la fuente que alimenta ese terreno, provocando la destrucción de aquella bondadosa y trabajadora familia.

El efecto más común de la contaminación en la vida creativa de las mujeres es la pérdida de la vitalidad, lo cual destruye la capacidad de una mujer de crear «ahí afuera» en el mundo. Aunque en los ciclos de la saludable vida creativa de una mujer hay veces en que el río de la creatividad desaparece durante algún tiempo bajo tierra, algo se desarrolla a pesar de todo. Entonces incubamos. La sensación es muy distinta de la que produce una crisis espiritual.

En un ciclo natural puede haber inquietud e impaciencia, pero jamás se experimenta la sensación de que el alma salvaje se está muriendo. Podemos establecer la diferencia examinando nuestras expectativas: aunque nuestra energía creativa esté paralizada por una larga incubación, nosotras seguirnos esperando con ansia el resultado, percibimos los crujidos y las vibraciones de esta nueva vida que da vueltas y zumba en nuestro interior. No nos sentimos desesperadas. No embestimos ni agarramos ávidamente.

En cambio, cuando la vida creativa se muere porque no cuidamos la salud del río, la situación es muy distinta. Entonces sentimos exactamente lo mismo que el río moribundo; experimentamos pérdida de energía y nos sentimos cansadas; nada se arrastra, nada es fangoso, nada deja hojas, nada se enfría ni se calienta. Nos volvemos espesas y lentas en sentido negativo y estamos envenenadas por la contaminación o por una acumulación de tareas atrasadas y un estancamiento de todas nuestras riquezas. Todo parece contaminado, turbio y tóxico.

¿Cómo se puede haber contaminado la vida creativa de una mujer? Toda esta embarradura de la vida creativa invade las cinco fases de la creación: la inspiración, la concentración, la organización, la puesta en práctica y el mantenimiento. Las mujeres que han perdido una o más fases dicen que «no se les ocurre» nada nuevo, útil o empático. Se «distraen» fácilmente con aventuras amorosas, demasiado trabajo, demasiados juegos, demasiado cansancio o temor al fracaso (7).

A veces no pueden amalgamar toda la mecánica de la organización Y su proyecto queda diseminado y fragmentado en cien lugares distintos. A veces los problemas surgen como consecuencia de la ingenuidad con que una mujer se plantea su propia extroversión: cree que por actuar un poco en el mundo exterior, ha hecho algo importante. Pero eso equivale a hacer los brazos, pero no las piernas o la cabeza de una cosa y considerarla terminada. La mujer se siente necesariamente incompleta.

A veces una mujer tropieza con su propia introversión y se limita a desear que las cosas existan; a veces puede creer que el simple hecho de pensar una idea ya es suficiente y no es necesaria ninguna otra manifestación exterior. Lo malo es que, aun así, se siente desposeída e incompleta. Todas estas cosas son manifestaciones de la contaminación del río. Lo que se fabrica no es la vida sino algo que la entorpece.

Otras veces la mujer se siente atacada por los que la rodean o por las voces que le martillean la cabeza diciendo «Tu trabajo no está lo bastante bien, no es suficientemente bueno, no es suficientemente tal cosa o tal otra. Es demasiado, demasiado infinitesimal, demasiado insignificante, requiere demasiado tiempo, es demasiado fácil, demasiado duro». Todo eso es como verter cadmio a las aguas del río.

Hay otro cuento que describe el mismo proceso, pero utiliza otro simbolismo. En un episodio de la mitología griega los dioses decretan que unas aves llamadas Arpías (8) castiguen a un tal Fineo. Cada vez que a Fineo le servían la comida por arte de magia, la bandada se acercaba, le robaba parte de la comida, desperdigaba otra parte y manchaba con sus excrementos el resto, dejando al pobre hombre muerto de hambre (9).

Esta contaminación literal se puede entender también en sentido figurado como una serie de complejos del interior de la psique cuya única razón de ser es enredar las cosas. Este cuento es un típico temblón; nos hace estremecer, pues todas conocemos y hemos experimentado esta situación. El «Síndrome de la Arpía» destruye por medio de la denigración todas las cualidades y todos los esfuerzos de una mujer, utilizando un diálogo interior extremadamente despectivo. A una mujer se le ocurre una idea y la Arpía se le caga encima. «Creo que voy a hacer tal cosa o tal otra», dice la mujer. La Arpía le contesta: «Menuda idiotez, eso no le interesa a nadie, es tan simple que hasta da risa. Mira bien lo que te digo, tus ideas son una bobada, la gente se reirá, no tienes nada que decir.» Así hablan las Arpías.

Los pretextos son otra forma de contaminación. A muchas escritoras, pintoras, bailarinas y otras artistas les he oído alegar todos 105 pretextos que se han inventado los seres humanos desde que el mundo es mundo. «Lo resolveré cualquier día de estos.» Y entretanto, la mujer sonríe para disimular su depresión. «Procuro estar ocupada, he In—

tentado escribir un poquito; el año pasado hasta escribí dos poemas Y, en los últimos dieciocho meses, he terminado un cuadro y he pintado parcialmente otro y, además, la casa, los niños, el marido, mi amigo, el gato, el niño pequeño exigen toda mi atención. Lo superaré, no tengo dinero, no tengo tiempo, no consigo buscar un hueco, no puedo empezar hasta que tenga los mejores y los más caros instrumentos o experiencias, ahora mismo no me apetece, no estoy de humor. Necesito por lo menos un día de tiempo para hacerlo, es que, es que… «

El incendio del río

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Allá en los años setenta el río Cuyahoga a su paso por Cleveland estaba tan contaminado que empezó a arder. La corriente creativa contaminada puede estallar de repente en un incendio tóxico que no sólo queme el combustible de la basura del no sino que convierta también en cenizas todas las formas de vida. La acción simultánea de un número excesivo de complejos psíquicos puede provocar unos daños inmensos en el río. Los complejos psicológicos negativos se yerguen y ponen en tela de juicio la valía, la intención, la sinceridad y el talento de la mujer. También le envían inequívocos mensajes, según los cuales tiene que «ganarse la vida» haciendo cosas que la agoten, no le dejen tiempo para crear y destruyan su voluntad de imaginar. Algunos de los robos y castigos preferidos que los malévolos complejos imponen a la creatividad de las mujeres giran en torno a la concesión al yo del alma de «tiempo para crear» en un lejano y nebuloso futuro. 0 a la promesa de que, cuando la mujer disponga de varios días seguidos libres, empezará finalmente la juerga. Pero todo es mentira. El complejo no tiene la menor intención de cumplir las promesas. Es otra manera de asfixiar el impulso creativo.

Las voces también pueden susurrar: «Sólo si obtienes un doctorado tendrás un trabajo como Dios manda, sólo si te alaba la Reina, sólo si recibes tal o cual galardón, sólo si te publican los trabajos en tal o cual revista, sólo si, si, si… «

Todos estos condicionales equivalen a atiborrar el alma de comida basura. Una cosa es comer lo que sea y otra muy distinta alimentarse como es debido. Con mucha frecuencia la lógica del complejo tiene muchos fallos aunque éste intente convencer a la mujer de lo contrario.

Uno de los mayores problemas del complejo creativo es la acusación de que cualquier cosa que haga la mujer no dará resultado porque no piensa con lógica, no es lógica y lo que ha hecho hasta la fecha no es lógico, por cuyo motivo está condenado al fracaso. Ante todo, las fases Iniciales de la creación no son lógicas… ni tienen por qué serlo. Si el complejo consigue con eso paralizar a la mujer, ya la tiene atrapada. Dile que se siente y se esté quieto o que se vaya hasta que hayas terminado. Recuerda que, si la lógica imperara en el mundo, todos los hombres montarían a caballo a mujeriegas.

He visto a muchas mujeres trabajar largas horas en actividades que despreciaban para poder permitirse el lujo de comprar objetos muy caros para sus casas, sus parejas o sus hijos. A tal fin, apartaban a un lado sus extraordinarias cualidades. He visto a muchas mujeres empeñarse en limpiar toda la casa antes de sentarse a escribir, Y tú ya sabes lo que ocurre con las tareas domésticas, que nunca se terminan. Es un método infalible para obstaculizar la creatividad de una mujer.

La mujer tiene que cuidar de que una responsabilidad excesiva (o una respetabilidad excesiva) no le roben los necesarios descansos, ritmos y éxtasis creativos. Tiene que plantar firmemente los pies en el suelo y decir que no a la mitad de las cosas que ella cree que «tendría» que hacer. El arte no se puede crear sólo en momentos robados.

La dispersión de los planes y los proyectos como por obra del viento se produce cuando una mujer intenta organizar una idea creativa y ésta se le escapa volando una y otra vez y cada vez se vuelve más confusa y desordenada. No le sigue la pista de una forma concreta porque le falta tiempo para anotarlo todo por escrito y organizarlo o está tan ocupada en otras cosas que pierde su sitio y no puede recuperarlo.

Es posible también que el proceso creativo de una mujer sea malinterpretado o despreciado por quienes la rodean. De ella depende informarles de que, cuando sus ojos miran «de aquella manera», no significa que sea un solar vacío a la espera de ser ocupado. Significa que está sosteniendo en equilibrio un enorme castillo de naipes de ideas sobre la punta de un solo dedo y está uniendo cuidadosamente todos los naipes entre sí por medio de un poco de saliva y unos diminutos huesos de cristal y, si consigue depositarlo sobre la mesa sin que se caiga o se desmorone, podrá crear una imagen del mundo invisible. Hablarle en este momento equivale a levantar un viento de Arpía capaz de derribar toda la estructura. Hablarle en ese momento es romperle el corazón.

Pero una mujer puede provocarse ella misma este resultado convenciéndose de la inutilidad de sus ideas hasta conseguir que éstas pierdan la capacidad de despertar su entusiasmo o mostrándose complaciente con las personas que le arrebatan subrepticiamente sus herramientas y sus materiales creativos u olvidando simplemente comprar el equipo necesario para la realización de su trabajo o deteniéndose y volviendo a empezar muchas veces permitiendo que todo el mundo y su gato la interrumpan cuando les apetezca hasta que todo el proyecto se derrumba.

Si la cultura en la que vive una mujer ataca la función creativa de sus miembros, si parte por la mitad o destroza algún arquetipo o pervierte su propósito o su significado, todo ello se incorporará en estado destrozado en la psique de sus miembros, como una fuerza con el ala rota y no como una fuerza sana, rebosante de vitalidad y de posibilidades.

Cuando se activan en la psique de una mujer estos elementos lesionados que guardan relación con su vida creativa y con la forma de alimentarla, es difícil comprender qué es lo que ocurre. Sufrir un complejo es como estar en el interior de una bolsa negra. Todo está oscuro y la mujer no puede ver lo que la tiene atrapada, sólo sabe que algo la ha capturado. Entonces nos sentimos transitoriamente incapaces de organizar nuestros pensamientos o nuestras prioridades y, como unas criaturas encerradas en unas bolsas, empezamos a actuar sin pensar. Aunque el hecho de actuar sin pensar puede ser muy útil algunas veces, en este caso no lo es.

En el transcurso de una creación envenenada o estancada, la mujer «finge dar de comer» al yo del alma. Procura no prestar atención al estado del animus. Le echa un poco de taller por aquí y le suelta un poco de lectura por allá. Pero, al final, no hay chicha. La mujer no engaña a nadie más que a sí misma.

Por consiguiente, cuando se muere este río, lo hace sin su corriente, sin su fuerza vital. Los hindúes dicen que, sin Shakti, la personificación de la fuerza vital femenina, Siva, que es la que preside la capacidad de actuar, se convierte en un cadáver. Ella es la energía vital que impulsa el principio masculino y éste, a su vez, impulsa la actividad en todo el mundo. (10) Vemos por tanto que en el río tiene que haber un equilibrio razonable entre las contaminaciones y las purificaciones, so pena de que se convierta en nada. Pero, para poder hacerlo, el ambiente inmediato tiene que ser alimenticio y accesible. En cuestión de supervivencia, está demostrado que, cuanto más escasean los requisitos esenciales —el alimento, el agua, la seguridad y la protección— tanto más se reducen las alternativas. Y cuantas menos alternativas haya, tanto más se reducirá la vida creativa, pues la creatividad se nutre de las múltiples e interminables combinaciones de todas las cosas.

El hidalgo destructor del cuento es una parte muy profunda pero inmediatamente identificable de una mujer herida. Es su animus, que la induce a luchar no por crear —muchas veces ni siquiera llega a este Punto— sino por obtener un permiso claro, un sólido sistema interno para crear a voluntad. Un animus saludable tiene que participar en el trabajo del río y así debe ser. Cuando está bien integrado, es el que nos ayuda y vigila para ver si se tiene que hacer algo. Pero el animus no es imparcial en el cuento de La Llorona; se hace con el poder, impide el desarrollo de una vida nueva de vital importancia e insiste en dominar la vida de la psique. Cuando un animus maligno adquiere semejante poder y una mujer puede despreciar su propio trabajo o, en el otro extremo, simular que desarrolla un trabajo de verdad. Cuando ocurre algo de eso, a una mujer cada vez se le ofrecen menos alternativas creativas. El animus aprovecha entonces para avasallar a la mujer, despreciar su trabajo y desautorizarla de una u otra forma. Y eso lo hace destruyendo el río.

Primero examinaremos los parámetros del animus en general y después veremos de qué manera se deteriora la vida creativa de una mujer y qué es lo que puede y debe hacer al respecto. La creatividad tiene que ser un claro acto de conciencia. Sus acciones reflejan la claridad del río. El animus, que constituye la base de la acción exterior, es el hombre del río. Es el mayordomo. Es el cuidador y protector del agua.

El hombre del río

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Antes de poder comprender lo que ha hecho el hombre del cuento de La Llorona contaminando el río, tenemos que saber que lo que él representa está destinado a ser un conjunto de ideas positivas en la psique de una mujer. Según la clásica definición junguiana, el animus, de género masculino, es la fuerza del alma de las mujeres. Sin embargo, la observación personal ha inducido a muchas psicoanalistas entre las que yo me incluyo a refutar la visión clásica y a afirmar en su lugar que la fuerza revivificadora de las mujeres no es masculina ni ajena a ella sino femenina y familiar (11).

Pese a ello, creo que el concepto masculino de animus tiene una gran relevancia. Existe una enorme correlación entre las mujeres que no se atreven a crear —que temen manifestar sus ideas ante el mundo o bien lo hacen de una manera irrespetuosa o sin orden ni concierto— y sus sueños, los cuales pueden contener muchas imágenes de hombres heridos o que causan heridas. En cambio, los sueños de las mujeres dotadas de una fuerte capacidad de manifestación exterior suelen girar en torno a una vigorosa figura masculina que aparece repetidamente con distintos disfraces.

El animus se puede considerar más bien una fuerza que ayuda a las mujeres a afirmarse en el mundo exterior. El animus ayuda a la mujer a exponer sus pensamientos y sentimientos interiores específicamente femeninos de una manera concreta —emocional, sexual, económica y creativa y también de otras maneras— en lugar de hacerlo según un esquema calcado de un desarrollo masculino estándar culturalmente impuesto en una cultura determinada.

Las figuras masculinas de los sueños femeninos parecen indicar que el animus no es el alma de las mujeres sino algo «de, desde y para» el alma de las mujeres (12). En su forma equilibrada y no pervertida es un «hombre puente» esencial. Esta figura posee a menudo unas prodigiosas cualidades que lo inducen a entrar en acción como portador y puente. Es algo así como un mercader del alma. Importa y exporta conocimientos y productos. Elige lo mejor de lo que se le ofrece, concierta el mejor precio, supervisa la honradez de las transacciones, sigue con tesón todo el procedimiento y lo lleva a feliz término.

Otra manera de interpretarlo podría consistir en imaginar que la Mujer Salvaje, el Yo del alma, es la artista y el animus es el brazo de la artista (13). La Mujer Salvaje es el chofer y el animus es el que empuja el vehículo. Ella escribe la canción y él la orquesta. Ella imagina y él le da consejos. Sin él, la mujer crea la comedia en su imaginación, pero nunca la escribe y la obra jamás se representa. Sin él, aunque el escenario esté lleno a rebosar de actores, el telón jamás se levanta y la marquesina del teatro no se ilumina.

Si tuviéramos que traducir el saludable animus a una metáfora española, diríamos que es el agrimensor que conoce la configuración del terreno y con su compás y su hilo mide la distancia entre dos puntos, define los bordes y establece los límites. Yo lo llamo también el jugador, el que estudia y sabe cómo y dónde colocar la ficha para obtener puntos y ganar. Ésos son algunos de los más importantes aspectos de un animus vigoroso.

Por consiguiente, el animus recorre el camino entre dos territorios y, a veces, tres: el mundo subterráneo, el mundo interior y el mundo exterior. El animus, que conoce muy bien todos los mundos, envuelve y transporta todos los sentimientos y las ideas de una mujer por todos esos trechos y en todas direcciones. Le trae a la mujer ideas de «allí afuera» y traslada las ideas del Yo del alma de la mujer «al mercado» del otro lado del puente para sacarles provecho. Sin el constructor y el conservador de este puente terrestre, la vida interior de la mujer no puede manifestarse con fuerza en el mundo exterior.

No hace falta llamarlo animus, se le puede designar con las palabras o las imágenes que una quiera. Pero no olvidemos que hay actualmente dentro de la cultura femenina un cierto recelo hacia lo masculino, que para algunas mujeres es un temor «a necesitar lo masculino» y para otras una dolorosa recuperación tras haber sido aplastadas en cierto modo por él. Por regla general, el recelo es fruto de unos traumas causados por la familia y la cultura en las épocas en que las mujeres eran tratadas como siervas y no como personas, unos traumas que ahora están a duras penas empezando a sanar. Aún está fresca el la memoria de la Mujer Salvaje la época en que las mujeres de talento eran apartadas a un lado cual si fueran basura, en que una mujer no podía tener ninguna idea a no ser que la inculcara en secreto y la hiciera fructificar en un hombre que posteriormente la presentara al mundo como propia.

Pero yo creo en último extremo que no podemos rechazar ninguna metáfora que nos ayude a ver y a ser. Yo no me fiaría mucho de una paleta en la que faltara el rojo, el azul, el amarillo, el blanco o el negro. Y tú tampoco. El animus es un color primario de la paleta de la psique femenina.

Por consiguiente, en lugar de ser la naturaleza del alma de las mujeres, el animus, o la naturaleza contrasexual femenina, es una profunda inteligencia psíquica con capacidad de actuación. Viaja entre los mundos, entre los distintos nodos de la psique. Esta fuerza tiene la capacidad de sacar al exterior y llevar a la práctica los deseos del ego, de estimular la creatividad femenina de una manera visible y concreta,

El aspecto clave de un desarrollo positivo del animus es la manifestación efectiva de los impulsos, las ideas y los pensamientos interiores cohesivos. Aunque aquí estemos hablando de un desarrollo positivo del animus, hay que hacer también una advertencia: el animus integral se desarrolla con plena conciencia y con un exhaustivo autoexamen. Si no se examinan cuidadosamente los propios motivos y apetitos a cada paso del camino, el resultado será un animus muy poco desarrollado. Y este animus deletéreo puede llevar y llevará insensatamente a la práctica los impulsos no examinados del ego, sacando a la superficie distintas ambiciones absurdas y dando satisfacción a una miríada de apetitos no examinados. Además, el animus es un elemento de la psique femenina que se tiene que ejercitar y al que hay que encomendar tareas regularmente para que tanto él como la mujer puedan actuar de manera integral. Si en la vida psíquica de la mujer se descuida el animus, éste se atrofia exactamente igual que un músculo que ha permanecido demasiado tiempo inactivo.

Aunque algunas mujeres han apuntado la teoría de que la naturaleza guerrera, la naturaleza de amazona y la naturaleza de cazadora de la mujer pueden sustituir este «elemento masculino dentro de lo femenino», existen a mi modo de ver demasiados matices y estratos de naturaleza masculina —como, por ejemplo, un cierto tipo de reglamentación, legislación y limitación intelectual— extremadamente valiosos para las mujeres que viven en el mundo moderno. Estas características masculinas no surgen del temperamento instintivo de la psique femenina de la misma manera o con el mismo tono que las de su naturaleza femenina (14).

Por consiguiente, viviendo tal como vivimos en un mundo que exige actuar de una forma reflexiva pero también audaz, considero muy útil emplear el concepto de una naturaleza masculina o animus en la mujer. Cuando existe el debido equilibrio, el animus se comporta como un asistente, un ayudante, un amante, un hermano, un padre y un rey. Lo cual no quiere decir que el animus sea el rey de la psique femenina tal como quizá desearía una ofendida visión paternalista. Significa que en la psique femenina hay un aspecto regio, un elemento que, cuando se desarrolla como actitud, actúa y media en amoroso servicio de la naturaleza salvaje. El arquetipo del rey representa la fuerza que tiene que actuar en nombre de la mujer y en su beneficio, gobernando lo que ésta y el alma le encomiendan y administrando las tierras psíquicas que se le confían.

Eso es por tanto lo que tendría que ser el animus, pero en el cuento éste ha buscado otros objetivos a expensas de la naturaleza salvaje y, cuando el río se llena de desperdicios, su caudal empieza a envenenar otros aspectos de la psique creativa y especialmente los niños no nacidos de la mujer.

¿Qué ocurre cuando la psique concede al animus poder sobre el río y el animus abusa de este poder? Alguien me dijo cuando era pequeña que era tan fácil crear para lo bueno como crear para lo malo. Pero yo he descubierto que no es así. Es mucho más difícil mantener el río limpio. Es mucho más fácil dejar que se contamine. Digamos por tanto que la limpieza de la corriente es un desafío con el que todas nos enfrentamos. Confiamos en poner remedio al enturbiamiento con la mayor rapidez y con la mayor amplitud posible.

Pero ¿y si algo se apodera de la corriente creativa y la llena cada vez más de cieno? ¿Y si nos quedamos atrapadas en este algo, y si de una forma un tanto perversa este algo no sólo nos empieza a gustar sino que, además, confiamos en él, vivimos de él y nos sentimos vivas por su mediación? ¿Y si lo utilizamos para levantarnos de la cama por la mañana, para ir a algún sitio y para convertirnos en alguien en nuestra propia mente? Ésas son las trampas que nos esperan a todas.

El hidalgo del cuento representa un aspecto de la psique femenina que, por decirlo en términos coloquiales, se ha «estropeado». Se ha corrompido, se aprovecha del veneno que fabrica y está en cierto modo atado a una vida insalubre. Es como un rey que gobierna por medio de un apetito equivocado. No es sabio y jamás podrá ser amado por la mujer a la que alega servir.

Es muy bueno que una mujer tenga en su psique un animus fiel, fuerte, clarividente, capaz de oír tanto en el mundo exterior como en el subterráneo y de predecir lo que probablemente ocurrirá a continuación y de tomar decisiones acerca de las leyes y la justicia a través de la suma de lo que ve y percibe en todos los mundos. Pero el animus del cuento es infiel. El papel del animus representado por el hidalgo, rey o mentor, en la psique de una mujer, debería ser el de ayudarla a desarrollar sus posibilidades y alcanzar sus objetivos, a manifestar las ideas y los ideales que ella aprecia, a sopesar la justicia y la honradez de las cosas, a cuidar de los armamentos, a poner en práctica una estrategia cuando se siente amenazada y a juntar todos sus territorios psíquicos.

Cuando el animus se ha convertido en una amenaza tal como vemos en este cuento, la mujer pierde confianza en sus decisiones. A medida que el animus se debilita a causa de su propio desequilibrio —sus engaños, sus robos, sus falsedades para con ella—, el agua del río pasa a convertirse de algo que era esencial para la vida en algo a lo que hay que acercarse con las mismas precauciones que se adoptan en presencia de un asesino a sueldo. Entonces se produce hambre en la tierra y contaminación en el río.

Crear deriva del latín creare (15) con el significado de producir vida o cualquier otra cosa donde antes no había nada. El hecho de beber agua del río contaminado es la causa del cese de la vida interior y, por consiguiente, también de la exterior. En el cuento, la contaminación provoca la deformación de los hijos, símbolo de los jóvenes ideales e ideas. Los hijos representan nuestra capacidad de producir algo donde antes no había nada. Podernos reconocer la presencia de esta deformación del nuevo potencial cuando empezamos a poner en tela de juicio nuestra capacidad y, sobre todo, nuestro derecho a pensar, actuar o existir.

Las mujeres de talento, incluso cuando reivindican sus vidas creativas, incluso cuando brotan cosas bellas de sus manos, de sus plumas y de sus cuerpos, siguen dudando de su valía como escritoras, pintoras, artistas y personas reales. Y por supuesto que son reales, por más que muchas veces se complazcan en atormentarse poniendo en entredicho lo que es «real». Una campesina es una campesina real cuando contempla la tierra y planifica las cosechas de la primavera. Una corredora es real cuando da el primer paso, una flor es real cuando todavía está en su tallo materno, un árbol es real cuando es todavía una semilla en la piña del pino. Lo real es lo que tiene vida.

El desarrollo del animus varía de mujer a mujer. No es una criatura perfectamente formada que brota de los muslos de los dioses — Aparentemente posee una capacidad innata, pero tiene que «crecer», aprender y ser adiestrado. Su objetivo es convertirse en una poderosa fuerza directa. Pero cuando el animus sufre daño como con de las múltiples fuerzas de la cultura y el yo, una especie de cansancio, de abatimiento o de indiferencia que algunos denominan «ser neutral» se interpone entre el mundo interior de la psique y el mundo exterior de la página en blanco, la tela vacía, la pista de baile, el consejo de administración o la reunión que nos espera. Este «algo» —por regla general con los ojos entornados, incomprendido o mal utilizado— ensucia el río, obstruye los pensamientos, paraliza la pluma y el pincel, traba las articulaciones durante un interminable período de tiempo, forma costras sobre las nuevas ideas y nosotras sufrimos los efectos.

En la psique se produce un extraño fenómeno: cuando una mujer se encuentra bajo los efectos de un animus negativo, cualquier intento de crear algo lo induce a atacar a la mujer. Ésta piensa matricularse en algún curso o va a clase, pero se queda atascada de golpe y se asfixia por falta de alimento y de apoyo. Una mujer acelera, pero se queda constantemente rezagada. Cada vez hay más proyectos de labor de punto sin terminar, más cuadros de flores jamás plantados, más excursiones jamás realizadas, más notas jamás escritas para decir simplemente «Tengo interés», más lenguas extranjeras jamás aprendidas, más lecciones de música abandonadas, más tramas colgadas del telar, esperando y esperando…

Se trata de manifestaciones vitales deformadas. Son los hijos envenenados de La Llorona. Y a todos se los arroja de nuevo a las contaminadas aguas del río que tanto daño les habían causado. En las mejores circunstancias arquetípicas tendrían que atragantarse un poco y, como el ave fénix, renacer de las cenizas bajo una nueva forma. Pero aquí algo malo le ocurre al animus y por eso la mujer tropieza con dificultades para distinguir entre uno y otro impulso y ya no digamos para manifestar y llevar a la práctica las propias ideas en el mundo. Y entretanto el río está tan lleno de excrementos y complejos que de sus aguas no puede brotar nada para la nueva vida.

Y, como consecuencia de ello, viene lo más difícil: tenemos que adentrarnos en el cieno y buscar los valiosos dones que se ocultan debajo del mismo. Como La Llorona, tenemos que rastrear el fondo del río en busca de nuestra vida del alma, de nuestra vida creativa. Y otra cosa, también muy difícil: tenemos que limpiar el río para que La Llorona pueda ver y tanto ella como nosotros podamos encontrar las almas de los hijos y recuperar la paz que nos permita volver a crear.

Con su inmenso poder para devaluar lo femenino y su incapacidad para comprender el carácter de puente de lo masculino (16) la cultura agrava el efecto de las «fábricas» y de la contaminación. Con harta frecuencia la cultura exilia el animus de la mujer, formulando una de aquellas insolubles y absurdas preguntas que los complejos consideran válidas y ante las cuales muchas mujeres se acobardan: «¿Eres de veras una auténtica escritora [artista, madre, hija, hermana, esposa, amante, trabajadora, bailarina, personal?» «¿Tienes realmente algo que decir que merezca la pena [sea esclarecedor, ayude a la humanidad, encuentre el remedio para curar el ántrax]?»

No es de extrañar que, cuando su animus está ocupado con productos psíquicos de carácter negativo, el rendimiento de la mujer se vaya reduciendo conforme disminuye su confianza en el músculo creativo. Las mujeres que se encuentran en esta apurada situación me dicen, por ejemplo, que «no ven ninguna salida» para su presunto calambre de escritora o no encuentran la manera de acabar con la causa que lo provoca. Su animus acapara todo el oxígeno del río y ellas se sienten «extremadamente cansadas» y experimentan una «enorme pérdida de energía», no consiguen «ponerse en marcha» y se sienten como «inmovilizadas por algo».

La recuperación del río

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La naturaleza de la Vida/Muerte/Vida hace que el Destino, la relación, el amor, la creatividad y todo lo demás se muevan de acuerdo con unas pautas amplias y salvajes, las cuales se suceden en el siguiente orden: creación, desarrollo, poder, disolución, muerte, incubación, creación y así sucesivamente. El robo o la ausencia de ideas, pensamientos y sentimientos son el resultado de una corriente alterada. He aquí de qué manera se puede recuperar el río.

Acepta alimento para iniciar la limpieza del río. Se nota que hay agentes contaminantes que alteran el río cuando la mujer rechaza los sinceros cumplidos que se le hacen a propósito de su vida creativa. Es posible que sólo haya una moderada contaminación cuando por ejemplo la mujer contesta con aire indiferente: «Es muy amable de tu parte hacerme este cumplido»; o puede haber una grave contaminación: «Ah, es una birria» o «No estás en tus cabales». Una respuesta a la defensiva es también un indicio de lo mismo «Pues claro que soy maravillosa. ¿Cómo no te habías dado cuenta? «. Todas estas reacciones denotan un animus herido. Las cosas buenas fluyen hacia la mujer, pero el animus las envenena de inmediato.

Para invertir el fenómeno, una mujer tiene que esforzarse en aceptar el cumplido (aunque inicialmente parezca que esta vez se abalanza sobre él para poder quedárselo todo para ella sola), saborearlo, combatir contra el malévolo animus que quisiera decirle al que hace el cumplido: «Eso es lo que tú crees porque no sabes la cantidad de errores que ha cometido, no te das cuenta de lo tonta que es, etc.».

Los complejos negativos se sienten especialmente atraídos por las ideas más sabrosas, revolucionarias y maravillosas y por las formas más audaces de creatividad. Por consiguiente, no hay vuelta de hoja, tenemos que buscar un animus que actúe con más claridad y apartar a un lado el antiguo, es decir, enviarlo a los archivos de la psique, donde se guardan los impulsos y los catalizadores, debidamente desinflados y doblados. Allí se convierten en objetos y dejan de ser agentes de emociones.

Reacciona. Así es como se limpia el río. Los lobos llevan unas vidas inmensamente creativas. Toman a diario docenas de decisiones, deciden si ir por aquí o por allá, calculan la distancia, se concentran en su presa, sopesan las posibilidades, aprovechan la oportunidad, reaccionan con fuerza para poder alcanzar sus objetivos. Su habilidad para localizar lo escondido, unir sus intenciones, concentrarse en el resultado apetecido y actuar en consecuencia para conseguirlo son justo las características que los seres humanos necesitan para llevar a feliz término sus propósitos.

Para crear se tiene que saber reaccionar. La creatividad es la capacidad de reaccionar a todo lo que nos rodea, de elegir entre los cientos de posibilidades de pensamiento, sentimiento, acción y reacción que surgen en nuestro interior, y reunirlo todo en una singular respuesta, expresión o mensaje que posea impulso, pasión y significado. En este sentido, la pérdida de nuestro ambiente creativo significa vernos limitadas a una sola elección, sentirnos despojadas y obligadas a reprimir o censurar los sentimientos y los pensamientos y a no actuar, no decir, no hacer o no ser.

Sé salvaje. Así es como se limpia el río. En su estado original, el río no fluye contaminado, nosotras nos encargamos de contaminarlo. El río no se seca, somos nosotras las que lo bloqueamos. Si queremos devolverle su libertad, tenemos que permitir que nuestras vidas ideativas fluyan libremente, dejando que salga cualquier cosa, y sin censurar nada en principio. Eso es la vida creativa, fruto de una divina paradoja. Se trata de un proceso enteramente interior. Para crear, tenemos que estar dispuestas a ser totalmente estúpidas, sentarnos en un trono en lo alto de un imbécil y derramar rubíes por la boca. Entonces el río fluirá y nosotras podremos permanecer de pie en medio de su corriente bajo la lluvia. Podremos extender las faldas y las blusas y recoger toda el agua que podamos llevar.

Empieza. Así es como se limpia el río contaminado. Si tienes miedo de fracasar, yo te digo que empieces, fracases si no hay más remedio, te vuelvas a levantar y vuelvas a empezar. Y si fracasas de nuevo, fracasa. ¿Y qué? Vuelve a empezar. No es el fracaso lo que nos paraliza y nos mantiene estancadas sino la renuencia a volver a empezar. ¿Qué más da que tengas miedo? Si tienes miedo de que algo se te eche encima y te pegue un mordisco, por lo que más quieras, afróntalo de una vez. Deja que tu temor se te eche encima y te pegue un mordisco. De esta manera lo vencerás y podrás seguir adelante. Lo vencerás. El temor se te pasará. En este caso, es mejor afrontarlo directamente, sentirlo y vencerlo que seguir utilizándolo como excusa Para no tener que limpiar el río.

Protege tu tiempo. Así se eliminan los agentes contaminantes. Conozco a una ardiente pintora de las Montañas Rocosas que cuelga este letrero en la cadena que cierra el camino de su casa cuando quiere concentrarse en la pintura o la meditación: «Hoy trabajo y no recibo visitas. Ya sé que usted piensa que eso no se refiere a usted porque es mi banquero, mi agente o mi mejor amigo. Pero sí se refiere a usted.»

Una escultora que conozco cuelga este letrero en su verja: «No molestar a no ser que yo haya ganado la lotería o hayan visto a Jesús en la Carretera Vieja de Taos.» Como se ve, un animus bien desarrollado tiene unos límites estupendos.

Persevera. ¿Cómo eliminar del todo esta contaminación? Insistiendo en que nada nos impedirá ejercitar un animus bien integrado, siguiendo adelante con nuestro empeño de hilar alma y fabricar alas, con nuestro arte, nuestros remiendos y nuestras costuras psíquicas, tanto si nos sentimos fuertes como si no, tanto si nos sentimos preparadas como si no. En caso necesario, atándonos al mástil, a la silla, al escritorio, al árbol, al cacto, dondequiera que estemos creando. Es esencial, aunque a menudo resulte doloroso, dedicar el tiempo necesario y no rehuir las tareas difíciles que lleva aparejadas el esfuerzo por alcanzar el dominio. Una auténtica vida creativa arde de varias maneras y no sólo de una.

Hay que desterrar o transformar los complejos negativos que surjan por el camino —tus sueños te guiarán en esta última etapa de la senda—, apoyando bien los pies en el suelo de una vez por todas y diciendo «Me gusta mucho más mi vida creativa que el hecho de participar en mi propia opresión». Si maltratáramos a nuestros hijos, los representantes del Servicio de Vigilancia Social se plantarían en la puerta de nuestra casa. Si maltratáramos a nuestros animales domésticos, la Sociedad Protectora de Animales vendría por nosotras. Pero no existe ninguna Patrulla de la Creatividad ni Policía del Alma que pueda intervenir cuando nos empeñamos en matar de hambre nuestra alma. Sólo estamos nosotras. Nosotras somos las únicas que podernos vigilar el Yo del alma y el animus heroico. Es una crueldad regarlos una vez a la semana, una vez al mes o una vez al año. Todos tienen sus propios ritmos circadianos. Nos necesitan y necesitan el agua de nuestro arte cada día.

Protege tu vida creativa. Para evitar el hambre del alma, da al problema su verdadero nombre y resuélvelo. Practica a diario tu tarea. Y después no permitas que ningún pensamiento, ningún hombre, ninguna mujer, ningún compañero, ningún amigo, ninguna religión, ningún trabajo y ninguna voz avinagrada te obliguen a pasar hambre. En caso necesario, enseña los incisivos.

Construye tu verdadero trabajo. Construye una cabaña de cordialidad y sabiduría. Toma tu energía de allí y tráela hacia aquí. Insiste en establecer un equilibrio entre la responsabilidad prosaica y el arrobamiento personal. Protege el alma. Insiste en llevar una vida creativa de calidad. No permitas que tus complejos, tu cultura, tus desechos intelectuales o las rimbombantes bobadas aristocráticas, pedagógicas o políticas te la roben.

Pon alimento para la vida creativa. Aunque hay muchas cosas buenas y nutritivas para el alma, casi todas ellas están incluidas en los cuatro grupos básicos de alimentos de la Mujer Salvaje: tiempo, sentido de pertenencia, pasión y soberanía. Haz acopio de ellos, Son los que mantienen limpio el río.

Cuando el río ya está limpio, puede volver a fluir; la producción creativa de una mujer se incrementa y, a partir de este momento, sigue sus ciclos naturales de aumento, disminución y nuevo aumento. Nada se podrá ensuciar o dañar durante mucho tiempo. Cualquier contaminación que se produzca será eficazmente neutralizada. El río vuelve a ser nuestro sistema de alimentación en el que podremos entrar sin temor, del que podremos beber sin preocupación y junto al cual podremos serenar el alma atormentada de La Llorona, sanando a sus hijos y devolviéndoselos. Podremos desmontar el proceso de contaminación de la fábrica e instalar un nuevo animus. Podremos vivir nuestra vida junto al río tal como queramos y juzguemos conveniente, sosteniendo en brazos a nuestros numerosos hijitos y mostrándoles el reflejo de sus imágenes en las cristalinas aguas.

La concentración y la fábrica de fantasías

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En Estados Unidos, el cuento de «La vendedora de fósforos» se conoce sobre todo en la versión de Hans Christian Andersen. En esencia describe cómo son la falta de alimento y la falta de concentración y a qué conducen ambas cosas. Se trata de una narración muy antigua que se cuenta en todo el mundo con distintas variaciones; a veces es un hombre que quema el último carbón que le queda mientras sueña con el pasado. En algunas versiones el símbolo de las cerillas se cambia por otra cosa, como, por ejemplo, en «El pequeño vendedor de flores» que gira en torno a un hombre con el corazón destrozado que contempla las corolas de las últimas flores que le quedan y es arrebatado de esta vida.

Aunque ante la superficial versión del cuento algunos puedan decir que son historias sensibleras en el sentido de que contienen una excesiva «dulzura» emocional, sería un error no tomárselas en serio. En realidad, los cuentos son básicamente unas profundas expresiones de una psique negativamente hipnotizada hasta el extremo de provocar la «muerte» espiritual de la vibrante vida real (17).

Esta versión de «La vendedora de fósforos» me la contó mí tía Katerina que se trasladó a vivir a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra, su sencilla aldea fue invadida y ocupada tres veces por tres ejércitos enemigos distintos.

Siempre empezaba el cuento diciendo que los sueños suaves en circunstancias difíciles no son buenos y que en los tiempos duros tenemos que tener sueños duros, verdaderos sueños, de esos que, si trabajamos con diligencia y nos bebemos la leche a la salud de la Virgen, se hacen realidad.

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La vendedora de fósforos

Había una niña que no tenía madre ni padre y que vivía en la espesura del bosque. Había una aldea en el lindero del bosque y ella había averiguado que allí podía comprar fósforos a medio penique y después venderlos por la calle a un penique. Si vendía suficientes fósforos, podía comprarse un mendrugo de pan, regresar a su cobertizo del bosque y dormir vestida con toda la ropa que tenía.

Vino el invierno y hacía mucho frío. La niña no tenía zapatos y su abrigo era tan fino que parecía transparente. Sus pies ya habían rebasado el color azul y se habían vuelto de color blanco, lo mismo que los dedos de las manos y la punta de la nariz.

La niña vagaba por las calles y preguntaba a los desconocidos si por favor le querían comprar cerillas. Pero nadie se detenía ni le prestaba la menor atención.

Por consiguiente, una noche se sentó diciendo: «Tengo cerillas, puedo encender fuego y calentarme.» Pero no tenía leña. Aun así, decidió encender las cerillas.

Mientras permanecía allí sentada con las piernas estiradas, encendió el primer fósforo. Al hacerlo, tuvo la sensación de que la nieve y el frío desaparecían por completo. En lugar de los remolinos de nieve, la niña vio una preciosa estancia con una gran estufa verde de cerámica y una puerta de hierro adornada. La estufa irradiaba tanto calor que el aire parecía ondularse. La niña se acurrucó )unto a la estufa y se sintió de maravilla.

Pero, de repente, la estufa se apagó y la niña se encontró de nuevo sentada en medio de la nieve. Temblaba tanto que los huesos de la cara le crujían. Entonces encendió la segunda cerilla y la luz se derramó sobre el muro del edificio junto al cual estaba sentada, y ella lo pudo atravesar con la mirada. En la habitación del otro lado de la pared había una mesa cubierta con un mantel más blanco que la nieve y sobre la mesa había platos de porcelana de purísimo color blanco y en una fuente había un pato recién guisado, pero justo cuando ella estaba alargando la mano hacia aquellos manjares, la visión se esfumó.

La niña se encontró de nuevo en la nieve. Pero ahora las rodillas y los labios ya no le dolían. Ahora el frío le escocía y se estaba abriendo camino por sus brazos y su tronco, por lo que ella decidió encender la tercera cerilla.

A la luz de la tercera cerilla vio un precioso árbol de Navidad, bellamente adornado con velas blancas, cintas de encaje y hermosos objetos de cristal y miles y miles de puntitos de luz que ella no podía distinguir con claridad.

Y entonces contempló el tronco de aquel gigantesco árbol que subía cada vez más alto y se extendía hacia el techo hasta que se convirtió en las estrellas del firmamento sobre su cabeza y, de pronto, una fulgurante estrella cruzó el cielo y ella recordó que su madre le había dicho que, cuando moría un alma, caía una estrella.

Como llovida del cielo se le apareció su amable y cariñosa abuela y ella se llenó de alegría al verla. La abuela tomó su delantal y la rodeó con él, la estrechó con fuerza contra sí y ella se puso muy contenta.

Pero poco después la abuela empezó a esfumarse. Y la niña fue encendiendo un fósforo tras otro para conservar a su abuela a su lado, un fósforo y otro y otro para no perder a su abuela hasta que, al final, la niña y su abuela ascendieron juntas al cielo, donde no hacía frío y no se pasaba hambre ni se sufría dolor. Y, a la mañana siguiente, encontraron a la niña muerta, inmóvil entre las casas.

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La represión de la fantasía creativa

La niña vive en un ambiente de indiferencia. Si tú te encuentras en uno como éste, vete. La niña está en un ambiente en el que no se valora lo que ella tiene, unas llamitas en lo alto de unos palitos, el principio de cualquier posibilidad creativa. Si tú te encuentras en este apuro, da media vuelta y aléjate. La niña se encuentra en una situación psíquica en la que se le ofrecen muy pocas alternativas. Se ha resignado a permanecer en el «lugar» que le ha tocado en suerte. Si a ti te ha ocurrido lo mismo, no te resignes y vete, soltando coces. Cuando la Mujer Salvaje se siente acorralada, no se rinde sino que se arroja hacia delante y extiende las garras para luchar.

¿Qué tiene que hacer la vendedora de fósforos? Si tuviera los instintos intactos, se le ofrecerían muchas alternativas: irse a otra ciudad, subirse subrepticiamente a un carro, esconderse en una carbonera… La Mujer Salvaje sabría lo que tendría que hacer a continuación. Pero la pequeña vendedora ya no conoce a la Mujer Salvaje. La niñita salvaje se muere de frío y lo único que le queda es una persona vagando sin rumbo como hipnotizada.

El hecho de estar con personas reales que nos confortan, nos apoyan y ensalzan nuestra creatividad es esencial para la corriente de la vida creativa. De lo contrario, nos morimos de frío. El alimento es un coro de voces tanto interiores como exteriores que observa el estado del ser de una mujer, se encarga de darle aliento y, en caso necesario, también lo consuela.

No sé muy bien cuántos amigos se necesitan, pero está claro que por lo menos uno o dos que nos digan que nuestro don, cualquiera que éste sea, es pan del cielo. Toda mujer tiene derecho a disfrutar de un coro de alabanzas.

Cuando las mujeres se quedan solas en medio del frío tienden a vivir de fantasías en lugar de emprender una acción. La fantasía de este tipo es la gran anestesiadora de las mujeres. Conozco a mujeres dotadas de unas voces bellísimas y a otras que son unas extraordinarias narradoras de cuentos; casi todo lo que sale de sus bocas posee lozanía y está elegantemente cincelado. Pero ellas se sienten en cierto modo aisladas o privadas de sus derechos. Su timidez constituye a menudo la tapadera de un animus medio muerto de hambre. Les cuesta comprender que cuentan con el apoyo interior o con el de los amigos, la familia o la comunidad.

Para evitar ser la vendedora de fósforos, se tiene que emprender una acción importante. Cualquier persona que no apoye tu arte o tu vida no merece que tú le dediques tiempo. Muy duro pero cierto. De otro modo, la mujer pasa directamente a vestir los andrajos de la niña de las cerillas y se ve obligada a vivir una cuarta parte de su vida que congela todos sus pensamientos, su esperanza, sus cualidades, escritos, obras teatrales, diseños o danzas.

El calor tendría que ser el principal objetivo de la vendedora de fósforos. Pero en el cuento no lo es. En su lugar la niña intenta vender las cerillas, su fuente de calor. Al hacerlo así, deja lo femenino con menos calor, menos riqueza y menos sabiduría y sin posibilidad de ulterior desarrollo.

El calor es un misterio. En cierto modo nos sana y nos engendra. Es el relajador de las cosas demasiado tensas, favorece la corriente, la misteriosa ansia de ser, el virginal vuelo de las nuevas ideas. Cualquier cosa que sea, el calor nos atrae cada vez más.

La niña de las cerillas no está en un ambiente propicio para su crecimiento. No hay calor, no hay combustible, no hay leña. ¿Qué podríamos hacer si estuviéramos en su lugar? Primero, podríamos abstenernos de perder el tiempo con el reino de la fantasía que la niña de las cerillas construye encendiendo sus fósforos. Hay tres clases de fantasías. La primera es la fantasía del placer, una forma de helado mental estrictamente destinada al gozo como son, por ejemplo, los ensueños. La segunda clase de fantasía es la imaginación deliberada. Este tipo de fantasía es como una sesión de planificación. Se utiliza como vehículo para conducimos a la acción. Todos los acontecimientos —psicológicos, espirituales, financieros y creativos— empiezan con fantasías de esta clase. La tercera clase de fantasía es la que lo paraliza todo. Es la fantasía que impide emprender la acción más acertada en los momentos críticos.

Por desgracia, ésta es la que teje la vendedora de fósforos. Se trata de una fantasía que no tiene nada que ver con la realidad. Tiene que ver más bien con la sensación de que no se puede hacer nada o de que algo es demasiado difícil de hacer, por cuyo motivo es mejor que una se hunda en las fantasías. A veces la fantasía está en la mente de la mujer. Otras veces le viene a través de una botella de alcohol, una jeringuilla o la ausencia de ella. Otras veces el vehículo es el humo de un porro o muchas habitaciones olvidables con cama y desconocido incorporados. Las mujeres en estas situaciones interpretan el papel de la niña de las cerillas en las fantasías de cada noche y todos los amaneceres se despiertan muertas por congelación. Hay muchas maneras de perder la meta y la concentración.

¿Cómo se puede invertir esta situación y recuperar la estima espiritual y el amor propio? Tenemos que buscar algo muy distinto de lo que buscaba la pequeña vendedora de fósforos. Tenemos que llevar nuestras ideas a un lugar donde se les preste apoyo. Este gigantesco paso va de la mano de la concentración en un objetivo: la búsqueda de alimento. Pocas de nosotras somos capaces de crear a partir exclusivamente de nuestro amor propio. Necesitamos que nos acaricien todas las caricias de alas de ángel habidas y por haber.

A la gente se le ocurren casi siempre ideas maravillosas: voy a pintar esta pared con un color que me guste; voy a crear un proyecto con el que toda la ciudad se sentirá identificada; voy a hacer unos azulejos para mi cuarto de baño y, si me gustan, venderé unos cuantos; reanudaré los estudios, venderé mi casa y me dedicaré a viajar, tendré un hijo, dejaré esto y empezaré lo otro, iré por mi camino, mejoraré mi conducta, ayudaré a enderezar esta injusticia o esta otra, protegeré a los que carecen de protección.

Todos estos proyectos necesitan alimento. Necesitan un apoyo vital de personas cordiales. La niña de las cerillas va vestida de andrajos. Como dice la canción, ha estado abajo tanto tiempo que le parece que está arriba. Nadie puede crecer al nivel en el que ella se encuentra. Queremos colocarnos en una situación en la que, como los árboles y las plantas, podamos volvernos hacia el sol. Pero tiene que haber un sol. Para hacerlo, hemos de movernos, no podemos permanecer sentadas. Tenemos que hacer algo para cambiar nuestra situación. Si no nos movemos, volveremos a las calles a vender cerillas.

Los amigos que nos aman y contemplan calurosamente nuestra vida creativa son los mejores soles del mundo. Cuando una mujer, tal como le ocurre a la niña de las cerillas, no tiene amigos, se queda congelada por la angustia y a veces también por la cólera. Y en ocasiones, aunque tenga amigos, puede que éstos no sean unos soles. Es posible que la consuelen en lugar de hablarle de su situación cada vez más congelada. Pero el consuelo no tiene absolutamente nada que ver con el alimento. El alimento mueve a la mujer de un lugar a otro. El alimento es algo así como unos copos de cereales psíquicos.

La diferencia entre el consuelo y el alimento consiste en lo siguiente: si tú tienes una planta que está enferma porque la guardas en un armario oscuro y le diriges palabras tranquilizadoras, eso es un consuelo. Si sacas la planta del armario, la pones al sol, le das algo de beber y le hablas, eso es un alimento.

Una mujer congelada y sin alimento tiende a unos incesantes ensueños del tipo «y si». Sin embargo, aunque se encuentre en este estado de congelación, especialmente si se encuentra en semejante estado, la mujer tiene que rechazar la fantasía del consuelo. La fantasía del consuelo nos matará con toda seguridad. Ya sabemos lo letales que pueden ser las fantasías: «Algún día», «Si tuviera por lo menos», «Él cambiará», «Si aprendo a dominarme, cuando esté bien preparada, cuando tenga suficiente esto o aquello, cuando los niños sean mayores, cuando tenga más seguridad, cuando encuentre a alguien, en cuanto… «, etc.

La niña de las cerillas tiene una abuela interior que, en lugar de ladrarle «¡Despierta! ¡Levántate! ¡Por mucho que te cueste, busca calor! «. se la lleva a una vida de fantasía, se la lleva al «cielo». Pero el cielo no ayudará a la Mujer Salvaje, a la niña salvaje atrapada ni a la vendedora de fósforos que se encuentra en esta situación. Estas fantasías consoladoras no se tienen que fomentar, pues son unas seductoras y letales distracciones que nos apartan de nuestra verdadera tarea.

Vemos en el cuento que la niña de las cerillas intenta hacer una especie de trueque, una especie de trato comercial erróneo, pues vende las cerillas que son lo único que le podría dar calor. Cuando las mujeres están desconectadas del nutritivo amor de la madre salvaje, se encuentran en una situación equivalente a una dicta de mera subsistencia en el mundo exterior. El ego trata de vivir como puede con una mínima cantidad de alimento del exterior y cada noche regresa una y otra vez del lugar donde empezó y allí se queda dormido, muerto de cansancio.

La mujer no puede despertar a una vida con futuro porque su desdichada existencia es como un gancho del que ella cuelga diariamente. En las iniciaciones, la permanencia durante un período significativo de tiempo en condiciones difíciles forma parte de un desmembramiento que aísla a la persona de la comodidad y la complacencia. Como en los ritos de paso, el período terminará y la mujer recién «lijada» iniciará una vida espiritual y creativa, renovada y más sabia. Sin embargo, se puede decir que las mujeres que se encuentran en la situación de la vendedora de fósforos están pasando por un período de iniciación que se ha torcido. Las condiciones hostiles no sirven para profundizar sino tan sólo para diezmar. Hay que elegir otro lugar, otro ambiente con otros apoyos y guías.

Históricamente, sobre todo en la psicología masculina, la enfermedad, el exilio y el sufrimiento se entienden a menudo como un desmembramiento iniciático que a veces reviste un gran significado. Pero en el caso de las mujeres hay otros arquetipos adicionales de iniciación que surgen de la psicología y las condiciones físicas; uno de ellos es el del alumbramiento, otro es el poder de la sangre y otros son el hecho de estar enamoradas o de recibir un amor nutritivo. El hecho de recibir la bendición de alguien a quien ellas admiran, el hecho de que alguien de más edad les imparta enseñanzas de una forma profunda y comprensiva son unos fuertes arquetipos que presentan sus propias tensiones y resurrecciones.

La niña de las cerillas se acercó mucho, pero se quedó muy lejos de la fase transitoria de acción y movimiento que hubiera completado su iniciación. A pesar de que su desdichada vida poseía los elementos necesarios para una experiencia iniciática, no tenía a nadie ni dentro ni fuera, capaz de guiar su proceso psíquico.

El invierno psíquico en su sentido más negativo trae el beso de la muerte —es decir, la frialdad— a todo lo que toca. La frialdad significa el final de cualquier relación. Si quieres matar algo, muéstrate fría. En cuanto los sentimientos, los pensamientos o las acciones se congelan, ya no es posible la relación. Cuando los seres humanos quieren abandonar algo que llevan en sí mismos o dejar a una persona fuera, en medio del frío, procuran no prestarle atención, cancelan las invitaciones, la excluyen, se desvían de su camino para no tener ni siquiera que oírla ni vería. Ésta es la situación de la psique de la vendedora de fósforos.

Esa niña vaga por las calles y les suplica a los desconocidos que le compren cerillas. Esta escena ilustra una de las situaciones más desconcertantes s del instinto herido de las mujeres, la entrega de la luz a cambio de un pequeño precio. Aquí las lucecitas en lo alto de los palitos son como las luces más grandes de las calaveras ensartadas en las estacas en el cuento de Vasalisa. Representan la sabiduría, pero, por encima de todo, iluminan la conciencia, sustituyendo la oscuridad con la luz y volviendo a encender lo que se ha extinguido. El fuego es el símbolo más importante del revitalizador de la psique.

La niña de las cerillas pasa muchas necesidades, suplica que le den algo y ofrece la luz, de hecho algo que vale mucho más que el penique que ella recibe a cambio. Tanto si este «gran valor que entregamos a cambio de a algo que vale menos» se encuentra dentro de nuestra psique como si es algo que experimentamos en el mundo exterior, el resultado es el mismo: más pérdida de energía. Entonces una mujer no puede responder a sus propias necesidades. Hay algo que suplica vivir, pero no o recibe respuesta. Aquí tenemos a alguien que, como Sofía, el espíritu g griego de la sabiduría, toma la luz del abismo, pero la gasta a tontas y a locas en inútiles fantasías. Los malos amantes, los malos jefes, las situaciones de explotación, los taimados complejos de todas clases tientan a una mujer y la atraen hacia estas decisiones.

Cuando la vendedora de fósforos decide encender las cerillas, utiliza sus recursos para entregarse a las fantasías en lugar de emprender una acción. Utiliza su energía para seguir un camino momentáneo. Todo eso se percibe o con toda claridad en la vida de la mujer. Está decidida a ir a la universidad, pero tarda tres años en decidir en cuál se va a matricular. Piensa pintar una serie de cuadros, pero, no tiene ningún sitio donde montar la a exposición, no convierte la pintura en una prioridad. Quiere hacer esto o aquello, pero no dedica el tiempo necesario a aprender o a desarrollar la sensibilidad o la habilidad necesarias para hacerlo bien, Tiene diez cuadernos de notas llenos de sueños, pero está atrapada en su interpretación y no consigue llevar a la práctica sus significados. Sabe que tiene que marcharse, empezar, dejar, ir, pero no lo hace.

Y ahora comprendemos por qué. Cuando una mujer tiene la sensibilidad congelada, cuando ya no se percibe a sí misma, cuando su sangre, su pasión, ya no llegan a las extremidades de la psique, cuando está desesperada, una vida de fantasía es más agradable que cualquier otra cosa que ella pretenda lograr. Como no tienen leña a la que prender fuego, las llamitas de sus cerillas le queman la psique como si fuera un tronco enorme y seco. La psique empieza a gastarse bromas a sí misma y ahora vive en el fuego imaginario del cumplimiento de todos los anhelos. Pero esta clase de fantasía es como una mentira: cuando la persona la dice a menudo, acaba por creérsela.

Esta especie de ansía de transmutación en la que los problemas o las cuestiones se minimizan a través de entusiastas fantasías acerca de soluciones imposibles o de otros tiempos mejores no sólo asalta a las Mujeres sino que es también uno de los mayores escollos con que tropieza la humanidad. La estufa del cuento de la vendedora de fósforos simboliza los pensamientos cálidos y afectuosos. Es también el símbolo del centro, el corazón, el hogar. Nos dice que la fantasía de la niña gira en torno a su verdadero yo, al corazón de la psique, al calor de hogar interior.

Pero, de repente, la estufa se apaga. La niña de las cerillas, como todas las mujeres que se hallan en esta apurada situación psíquica, se encuentra sentada de nuevo sobre la nieve. Vernos aquí que esta clase de fantasía es muy breve, pero intensamente destructiva. No tiene nada que quemar más que nuestra energía. Aunque una mujer utilice la fantasía para entrar en calor, acaba padeciendo nuevamente frío.

La pequeña vendedora enciende más cerillas. Cada fantasía se extingue y la niña se encuentra otra vez muerta de frío en la nieve. Cuando la psique se congela, una mujer sólo se mira a sí misma y a nadie más. Enciende una tercera cerilla. Es el tres de los cuentos de hadas, el número mágico, el punto en el que algo nuevo tendría que ocurrir Pero en este caso, puesto que la fantasía desborda la acción, no ocurre nada nuevo.

Es curioso que en el cuento haya un árbol de Navidad. El árbol de Navidad es una evolución de un símbolo precristiano de la vida eterna, la planta de hoja perenne. Se podría pensar que eso es su salvación, la idea de la psique de hoja perenne en perenne crecimiento y perenne movimiento, pero la habitación no tiene techo.

La psique no puede abarcar la idea de la vida. El hipnotismo se ha enseñoreado de la situación.

La abuela es muy cariñosa y muy buena, pero es la morfina definitiva, el sorbo definitivo de cicuta. Atrae a la niña al sueño de la muerte. En su sentido más negativo, es el sueño de la complacencia, el sueño del entumecimiento —»Está muy bien, lo podré resistir»—, el sueño de la negación ——»Miraré para el otro lado»—. Es el sueño de la fantasía perniciosa en el que esperamos que todas las penalidades desaparecerán por arte de magia.

Es un hecho psíquico comprobado que, cuando la libido o la energía disminuyen hasta el extremo de que su aliento no empaña el espejo, surge alguna representación de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida, simbolizada aquí por la abuela. Su función es la de llegar a la muerte de algo, incubar el alma que ha abandonado su cascarón y cuidar de ella hasta que pueda renacer.

Ésta es la gran dicha de la psique de las personas. Incluso en el caso de un final tan doloroso como el de la vendedora de fósforos, queda un rayo de luz. Cuando transcurre el suficiente tiempo y se produce el suficiente malestar y la suficiente presión, la Mujer Salvaje de la psique arrojará nueva vida a la mente de la mujer y le ofrecerá la oportunidad de emprender una vez más una acción en su propio beneficio. Tal como podemos deducir del sufrimiento que todo ello entraña, es mucho mejor sanar la propia afición a las fantasías que esperar, deseando y confiando en resucitar de entre los muertos.

La renovación del fuego creador

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Imaginemos ahora que lo tenemos todo muy claro, sabemos cuál es nuestro propósito, no nos hundimos en fantasías de evasión, estamos integradas y nuestra vida creativa florece. Necesitamos otra cualidad; necesitamos saber qué tenemos que hacer, no en caso de que perdamos la concentración sino cuando la perdamos; es decir, cuando nos cansemos momentáneamente. ¿Cómo? ¿Que después de tanto trabajo podríamos perder la concentración? Pues sí, sólo la perderemos provisionalmente, pero es algo natural. He aquí, a este respecto, un cuento muy bonito que en nuestra familia se llama «Los tres cabellos de oro».

En nuestra familia se dice que un cuento tiene alas. A través de las migraciones transoceánicas de mi familia adoptiva magiar, varios de los cuentos que yo conozco volaron con ellos sobre los montes Cárpatos cuando huyeron de sus aldeas a causa de las guerras. Durante algún tiempo vivieron en los Urales y luego cruzaron el mar para trasladarse a Norteamérica. El pequeño y andrajoso grupo con sus cuentos configurados por sus experiencias viajó posteriormente por tierra atravesando los grandes bosques hasta llegar a la cuenca de los Grandes Lagos.

El pequeño núcleo de «Los tres cabellos de oro» me lo facilitó mi «Tante» Kata, una extraordinaria curandera y rezadora que se crió en la Europa del Este, y es la historia que yo he ampliado aquí. En mis investigaciones he descubierto cuentos teutones y celtas muy distintos que giran en torno al leitmotiv del «cabello de oro». El leitmotiv o tema central de un cuento representa un arquetípico trance de la psique. Así son los arquetipos: depositan algunos de sus matices en su punto de contacto con la psique. Como representaciones simbólicas que son, a veces dejan una huella de su paso por las biografías, los sueños y las ideas de todos los mortales. Se podría decir que los arquetipos, cuya morada nadie conoce, constituyen toda una serie de instrucciones psíquicas que atraviesan el tiempo y el espacio y ofrecen su sabiduría a cada nueva generación.

El tema del cuento es la manera que permite recuperar la concentración cuando ésta se ha perdido. La concentración está formada por la percepción y el oído, y sigue las instrucciones de la voz del alma. Muchas mujeres son muy duchas en el arte de concentrarse, pero, cuando se les va el santo al cielo, se dispersan como un edredón de plumas esparcido por toda la campiña.

Es importante tener un recipiente en el que guardar todo lo que percibimos y oímos desde la naturaleza salvaje. En algunas mujeres, el recipiente son sus diarios en el que anotan todas las plumas que pasan —volando, en otras es el arte creativo, el baile, la pintura, la escritura. ¿Recuerdas a Baba Yagá? Tiene una olla muy grande; vuela por el cielo en una caldera que, en realidad, es un almirez y una mano de almirez. En otras palabras, tiene un recipiente donde poner las cosas. Tiene una manera muy concentrada de pensar y de moverse de un lugar a otro. Sí, la concentración es la solución al problema de la pérdida de energía. Eso y otra cosa. Veamos.

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Los tres cabellos de oro

Una vez, en una profunda y oscura noche, una de esas noches en que la tierra es de color negro y los árboles parecen unas nudosas manos recortándose contra el cielo azul oscuro, en una noche exactamente como ésta un solitario anciano atravesaba el bosque con paso vacilante. A pesar de que las ramas de los árboles le arañaban el rostro y le medio cegaban los ojos, él sostenía en alto una pequeña linterna. Dentro del farolillo la vela encendida se iba agotando poco a poco.

El anciano era todo un espectáculo con su largo cabello amarillento, Sus amarillos dientes medio rotos y sus curvadas uñas de color ámbar. Tenía la espalda tan encorvada como un saco de harina y era tan vicio que la piel le colgaba en volantes de la barbilla, los brazos y las caderas.

El anciano avanzaba a través del bosque, agarrándose a un abeto e impulsando el cuerpo hacia delante para agarrar otro abeto y, con este movimiento de remero y el poco aliento que le quedaba, proseguía su camino.

Todos los huesos del cuerpo le dolían como si estuvieran ardiendo, Las lechuzas de los árboles emitían unos chirridos semejantes a los de sus articulaciones mientras él proyectaba el cuerpo hacia delante en medio de la oscuridad. A lo lejos brillaba una minúscula y trémula luz, una casita, un fuego, un hogar, un lugar de descanso. El anciano avanzó con gran esfuerzo hacia aquella luz. Llegó a la puerta exhausto, la vela de la linterna se apagó y él entró y se desplomó en el suelo.

Dentro había una anciana sentada delante de una espléndida chimenea encendida. La anciana corrió a su lado, lo tomó en brazos y lo llevó a la chimenea. Allí lo sostuvo en sus brazos como una madre sostiene a su hijo y lo acunó en su mecedora. Allí estaban ellos, el pobre y frágil anciano que no era más que un saco de huesos y la vigorosa anciana que lo acunaba hacia delante y hacia atrás diciéndole: «Calma, calma, no pasa nada.»

Se pasó toda la noche acunándolo y, cuando ya estaba a punto de rayar el alba, el anciano había rejuvenecido y ahora era un apuesto joven de cabello de oro y largos y fuertes miembros. Pero ella lo seguía acunando: «Calma, calma. No pasa nada.»

El amanecer ya estaba muy cerca y el joven se había convertido en un niñito precioso de cabello de oro trenzado como el trigo.

Al rayar el alba, la anciana arrancó rápidamente tres cabellos de la preciosa cabeza del niñito y los arrojó a los azulejos del suelo. Los cabellos hicieron: «¡Tiiiiiiiing!¡Tiiiiiiiing! ¡Tiiiiiiiing!»

Y el niñito que la anciana sostenía en sus brazos bajó a gatas de su regazo y corrió a la puerta. Se volvió un instante para mirar a la anciana, le dirigió una deslumbradora sonrisa y después dio media vuelta y ascendió al cielo para convertirse en el radiante sol matinal (18).

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De noche las cosas son distintas, por lo que, para comprender este cuento, tenemos que bajar a una conciencia nocturna, a un estado en el que somos más concientes de todos los crujidos y chirridos. De noche es cuando estamos más cerca de nosotras mismas, de las ideas y sentimientos esenciales que no se perciben con tanta claridad durante las horas diurnas.

En el mito la noche es el mundo de la Madre Nyx, la mujer que hizo el mundo. Es la Vieja Madre de los Días, una de las viejas brujas de la Vida y la Muerte. A efectos de la interpretación, cuando es de noche en un cuento de hadas sabemos que estamos en el inconciente. San Juan de la Cruz lo llama «la noche oscura del alma». En este cuento, la noche tipifica el período en el que la energía, bajo la forma de un viejo muy viejo, es cada vez más débil. Es un período en el que nos encontramos en cierto modo en las últimas.

Perder la concentración equivale a perder energía. Y lo peor que se puede hacer cuando hemos perdido la concentración es correr de un lado a otro para intentar reunirlo todo otra vez. No hay que correr. Tal como vemos en el cuento, lo que hay que hacer es sentarse y acunar. La paciencia, la paz y el movimiento de balanceo renuevan las ideas. El simple hecho de sostener la idea y de tener la paciencia de acunarla es lo que algunas mujeres llaman un lujo. La Mujer Salvaje dice que es una necesidad.

Es algo que los lobos saben muy bien. A veces, cuando aparece un intruso los lobos gruñen, ladran e incluso lo muerden, pero otras veces se retiran hacia el lugar donde se encuentra su grupo y se sientan tal como haría una familia. Se limitan a permanecer sentados y a respirar juntos. Las cajas torácicas se hunden hacia dentro y se proyectan hacia fuera, suben y bajan. Se concentran en sí mismos, preparan de nuevo su terreno, regresan al centro de sí mismos y deciden qué es lo más importante y qué hacer al respecto. Llegan a la conclusión de que «de momento no van a hacer nada, se limitarán a permanecer sentados y a respirar, se limitarán a balancearse juntos».

Muchas veces, cuando las ideas no se despliegan o no funcionan con suavidad o nosotras no las hacemos funcionar bien, perdemos la concentración. Eso es una parte de un ciclo natural y ocurre porque la idea se ha enranciado o —nosotras hemos perdido la capacidad de verla de una forma renovada. Nos hemos hecho viejas y frágiles como el anciano de «Los tres cabellos de oro». Aunque se han apuntado muchas teorías a propósito de los «bloqueos» creativos, lo cierto es que los bloqueos más ligeros van y vienen como las pautas meteorológicas y las estaciones… exceptuando los bloqueos psicológicos de que hemos hablado anteriormente como, por ejemplo, el hecho de no llegar a la propia verdad, el temor a ser rechazadas, el temor a decir lo que sabemos, las dudas acerca de la propia capacidad, la contaminación de la corriente básica, la aceptación de la mediocridad o de las pálidas imitaciones, etc.

Este cuento resulta excelente porque recorre todo el ciclo de una idea, la diminuta luz que se le concede y que, naturalmente, es la misma idea, la cual se agota y está a punto de extinguirse como parte de su ciclo natural. En los cuentos de hadas, cuando ocurre algo malo, significa que hay que probar otra cosa, que se tiene que introducir una ,nueva energía, que se tiene que consultar con un ayudante, un sanador, una fuerza mágica.

Aquí vernos de nuevo a la vieja La Que Sabe, la mujer de dos millones de años, El hecho de que ella nos sostenga en brazos delante del fuego de la chimenea es restaurador y reparador (19). Hasta este fuego y éstos brazos se arrastra el anciano, pues sin ellos se muere. El anciano está cansado a causa del mucho tiempo que ha dedicado al trabajo que nosotras le damos. ¿Has visto alguna vez a una mujer trabajar como una fiera y detenerse de pronto sin más? ¿Has visto alguna vez a una mujer que lucha con denuedo por alguna causa social y que, al día siguiente, le vuelve la espalda y dice: «Que se vaya todo al infierno»? Su animus está agotado y necesita que lo acune La Que Sabe. La mujer cuya idea o energía se ha debilitado, marchitado o agotado por completo necesita conocer el camino que conduce a esta vieja curandera y le tiene que llevar su agotado animus para que se lo renueve.

Yo trabajo con muchas mujeres dedicadas en cuerpo y alma al activismo social. Y no cabe duda de que, al final de este ciclo se cansan y se arrastran por el bosque con trémulas piernas mientras la llama de la linterna parpadea, a punto de apagarse. Es el momento en que dicen: «Ya no puedo más. Lo dejo, devuelvo mi pase de prensa, mi placa, mi traje del sindicato, mi… «, lo que sea. Piensan emigrar a Auckland. Se dedicarán a ver la televisión y a comer galletas y jamás volverán a contemplar el mundo a través de la ventana. Se comprarán unos zapatos de mala calidad, se trasladarán a vivir a un barrio en el que nunca ocurre nada y se pasarán el resto de su vida viendo el canal del ama de casa. A partir de ahora se ocuparán de sus asuntos, mirarán para el otro lado, etc, etc.

Cualquiera que sea la idea que ellas tengan de lo que es una tregua y aunque hablen movidas por un profundo cansancio y una fuerte frustración, yo digo que la tregua es una buena idea y que conviene descansar. A lo cual ellas suelen contestar con voz chillona, «¿Descansar? ¿Cómo puedo descansar cuando el mundo se está yendo al carajo delante de mis narices?»

Pero al final la mujer tiene que descansar, equilibrarse y recuperar la concentración. Tiene que rejuvenecerse y recobrar la energía. Ella cree que no puede, pero sí puede, pues el círculo de las mujeres, tanto si éstas son madres como si son estudiantes, artistas o activistas, siempre se cierra para llenar el hueco de las que se van a descansar. Una mujer creativa tiene que descansar y regresar más tarde a su trabajo. Tiene que ir a ver a la vieja del bosque, a la revitalizadora, a la Mujer Salvaje en una de sus múltiples representaciones. La Mujer Salvaje ya sabe que el animus se cansa con regularidad. No se sorprende de que éste se desplome al cruzar su puerta. Ya está preparada. No se nos acercará corriendo, presa del pánico. Nos recogerá y nos sostendrá en sus brazos hasta que volvamos a recuperar nuestro poder.

Nosotras tampoco hemos de asustarnos cuando perdamos el impulso o la concentración. Tal como hace ella, debemos sostener la idea y quedarnos un ratito con ella. Tanto si nuestra concentración está enteramente ocupada en nuestro propio desarrollo como si lo está en los asuntos mundiales o en las relaciones, el animus se cansará. No es una cuestión de «si» sino de «cuando». Esfuerzos prolongados tales como terminar los estudios, concluir un manuscrito, culminar la propia obra, cuidar de un enfermo, son actividades que hacen que la otrora joven energía envejezca, se venga abajo y ya no pueda seguir adelante.

Es mejor que las mujeres lo sepan al comienzo de una actividad, pues el cansancio las suele sorprender. Gimotean, murmuran, comentan en voz baja su fracaso, su incapacidad y cosas por el estilo. No, no. Esta pérdida de energía es normal. Es la Naturaleza.

El atribuir el género masculino a la fuerza inagotable constituye un error. Es una introyección cultura¡ que se tiene que desterrar de la psique. Este error da lugar a que tanto las energías masculinas del paisaje interior como los varones de la cultura experimenten una injustificada sensación de fracaso cuando se cansan o necesitan descansar. Todo el mundo necesita hacer una pausa para recuperar las fuerzas. El modus operandi de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida es cíclico y se aplica a todo el mundo y a todas las cosas.

En este cuento los tres cabellos se arrojan al suelo. En mi familia se suele decir: «Arroja un poco de oro al suelo.» Deriva de la expresión desprender las palabras que, en la tradición de las cuentistas y sanadoras de mi familia, significa eliminar algunas palabras del relato para conferirle más fuerza,

El cabello simboliza el pensamiento que sale de la cabeza. Desprenderse de algunos o arrojarlos al suelo hace que el niño se vuelva más liviano y resplandezca con un fulgor todavía más intenso. De igual manera, tu gastada idea o actividad podrá resplandecer con más fulgor sí eliminas una parte y te desprendes de ella. Es la misma idea del escultor que elimina una parte del mármol para que se vea mejor la forma oculta que hay debajo. Una excelente manera de renovar o fortalecer los objetivos o actividades que están agotados consiste en desprenderse de algunas ideas y concentrarse en el resto.

Arranca tres cabellos de tu actividad y arrójalos al suelo, Allí se convierten en una llamada para que despertemos. El hecho de arrojarlos al suelo provoca un ruido psíquico, un timbre, una resonancia en el espíritu de una mujer que da lugar a que ésta reanude su actividad. El sonido de algunas de las ideas que caen al suelo se convierte en el ‘nuncio de una nueva era o de una nueva oportunidad.

En realidad, la vieja La Que Sabe está podando ligeramente lo masculino. Sabemos que la eliminación de las ramas muertas fortalece los árboles. Sabemos también que el corte de los capullos de ciertas plantas las ayuda a hacerse más frondosas y lozanas. Para la mujer salvaje, el ciclo de crecimiento y disminución del animus es algo natural. El un proceso arcaico, un proceso antiguo. En tiempos inmemoriales así era como las mujeres abordaban el mundo de las ideas y sus manifestaciones exteriores. Así es como lo hacen las mujeres. La vieja del cuento de «Los tres cabellos de oro» nos enseña, mejor dicho, nos vuelve a enseñar, cómo se hace.

Pues entonces, ¿cuál es el propósito de esta renovación y concentración, de este afán de recuperar lo que se había perdido y de correr con los lobos? Es para ir directas a la yugular, para llegar hasta las semillas y los huesos de cualquier cosa que haya en nuestra vida, pues allí está el placer y la alegría, allí está el Edén de la mujer, el lugar donde hay tiempo y libertad para ser, pasear, asombrarse, escribir, cantar, crear y no tener miedo. Cuando los lobos perciben el placer o el peligro, lo primero que hacen es quedarse absolutamente inmóviles. Se convierten en estatuas concentradas para poder ver, oír y percibir en su forma más elemental qué es lo que ocurre.

Eso es lo que nos ofrece la naturaleza salvaje: la capacidad de ver lo que tenemos delante gracias a la concentración y al hecho de detenernos, mirar, olfatear, prestar atención, sentir y saborear. La concentración es el uso de todos nuestros sentidos, incluido el de la intuición. A este mundo acuden las mujeres para recuperar su voz, sus valores su imaginación, su clarividencia, su perspicacia, sus cuentos y los antiguos recuerdos femeninos. Todo eso es fruto de la concentración y la creación. Si has perdido la concentración, siéntate y no te muevas. Toma la idea y acúnala hacia delante y hacia atrás. Quédate con una parte de ella, arroja el resto y verás cómo te renuevas. No tienes que hacer nada más.

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Notas:

1. Field of Dreams, película basada en la novela Shoeless Joe, de W. P. Kinsella.

2. Por regla general, el estancamiento de la vida creativa suele deberse a varias causas: complejos interiores negativos, falta de apoyo por parte del mundo exterior y, a veces, también un sabotaje directo.

Por lo que respecta a la destrucción de los nuevos intentos y las nuevas ideas, la manipulación del modelo “o eso/o” da lugar a la paralización de las actividades creativas y a que éstas sean calificadas de poco convincentes en mayor medida que cualquier otra cosa. ¿Qué fue lo primero? ¿El huevo ola gallina? Esta pregunta es la que suele acabar con el estudio de las cosas y la determinación de sus muchos valores y hace que la persona desista de comprobar de qué manera está construida una cosa y de establecer su utilidad. Con frecuencia es mucho más útil el modelo cooperador y comparativo del “y/y”. Una cosa es esto y esto y esto. Se puede usar1no se puede usar de esta manera y de esta manera y de esta manera.

3. El cuento de “La Llorona” se remonta a tiempos inmemoriales. Siempre el mismo con alguna pequefla variación, sobre todo con respecto al atuendo. “Iba vestida como una prostituta y uno de los chicos la recogió cerca del río en El Paso. ¡Menuda sorpresa se llevó!” “Iba vestida con un largo camisón blanco.” “Iba ataviada con un vestido de novia y un largo velo blanco le cubría el rostro.”

Muchos progenitores latinos utilizan “La Llorona” como una especie de “canguro” mística. Casi todos los niños se impresionan tanto con los cuentos en los que se dice que robaba niños para sustituir a los suyos que se habían ahogado, que los muchachos de las localidades fluviales se guardan mucho de acercarse a la orilla del río cuando oscurece y procuran regresar a casa temprano.

Algunos estudiosos de estos cuentos señalan que se trata de cuentos morales destinados a asustar a la gente para que se porte bien. Conociendo la afición a la sangre de los que se inventaron estos cuentos, a mí me parecen más bien unas narraciones revolucionarias que pretenden concienciar a la gente sobre la necesidad de crear un nuevo orden. Algunas cuentistas califican a los cuentos como “La Llorona” de Cuentos de la Revolución.

Los cuentos de lucha psíquica o de cualquier otro tipo constituyen una tradición muy antigua cuyo origen es anterior a la conquista de México. Algunas de las viejas cuentistas de mi familia de México dicen que los llamados códices aztecas no son crónicas de guerra según las conjeturas de muchos estudiosos sino pictocuentos de las grandes batallas morales a las que se han enfrentado todos los hombres y todas las mujeres. Muchos estudiosos de la vieja escuela lo consideraban imposible, pues tenían la certeza de que las civilizaciones indígenas no estaban capacitadas para el pensamiento abstracto y simbólico. Creían que los individuos de las antiguas culturas eran como niños para quienes todo tenía un carácter literal. Sin embargo, vemos a través del estudio de la poesía nahuatl y maya de aquellos tiempos que la metáfora era algo habitual y que sus autores estaban brillantemente capacitados para pensar y hablar en abstracto.

4. Como, por ejemplo, en la Green National Convention de las Montañas Rocosas en 1991.

5. Facilitado por Marik Pappandreas Androupoulos, una narradora de cuentos de Corinto, a quien se lo había facilitado Andrea Zarkokolis, también de Corinto.

6. Marcel Pagnol, Jean de Florette y Manon of the Spring, traducidos por W. E. van Heyningen (San Francisco, North Point Press, 1988). Ambos fueron trasladados al cine por Claude Berri (Orion Classic Releases, 1987).

El primero se refiere a unos malhechores que obstruyen una fuente para impedir que un joven matrimonio haga realidad su sueño de vivir en el campo, cultivando sus propios alimentos en medio de la fauna salvaje, los árboles y las flores. Como consecuencia de ello, la joven familia se muere de hambre, pues el agua no baja a sus tierras. Los malhechores confían en comprar las tierras por una miseria en cuanto se corra la voz de que son estériles. El joven esposo se muere, la mujer envejece prematuramente y su hija crece sin ninguna propiedad.

En el segundo libro, la niña que ya ha crecido descubre la artimaña y venga a su familia. Hundida hasta las rodillas en el barro y con las manos ensangrentadas, arranca el cemento que tapaba la fuente. La fuente vuelve a manar, empapando la tierra en medio de una polvareda y saca a la luz la maldad de los malhechores.

7. El “temor al fracaso” es una de esas frases hechas que en el fondo no explica qué es lo que realmente teme la mujer. Por regla general, un temor consta de tres partes; una parte es un residuo del pasado (que a menudo es motivo de vergüenza), otra parte es la incertidumbre acerca del presente y la tercera es el temor a un mal resultado o a las consecuencias negativas que puedan registrarse en el futuro.

Por lo que respecta a la vida creativa, uno de los temores más comunes no es precisamente el temor al fracaso sino más bien el temor a poner a prueba las propias aptitudes. Se suele seguir un razonamiento de este tipo: Si fracasas, te podrás recuperar y empezar de nuevo por el principio; tienes por delante infinitas posibilidades. Pero ¿y si triunfas pero no rebasas el nivel de la mediocridad? ¿Y si, por mucho que te esfuerces, alcanzas el triunfo, pero no al nivel que tú querías? Ésta es la cuestión más angustiosa para las creadoras. Pero hay muchísimas más. Por eso la vida creativa es un camino muy complicado. Sin embargo, toda esta complejidad no debería apartarnos de ella, pues la vida creativa está en el centro mismo de la vida salvaje. A pesar de nuestros peores temores, la naturaleza instintiva nos presta todo su apoyo.

8. En otros tiempos las Arpías eran las diosas de la tormenta. Eran divinidades de la Vida y la Muerte. Por desgracia, les impidieron ejercer ambas funciones y se convirtieron en criaturas unilaterales. Tal como hemos visto en las interpretaciones de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida, cualquier fuerza que preside el nacimiento preside también la muerte. En Grecia, sin embargo, la cultura dominada por el pensamiento y los ideales de unos pocos había subrayado con tal fuerza el aspecto mortal de las Arpías mostrándolas como unas criaturas diabólicas mitad mujer mitad ave de rapiña que su naturaleza incubadora, alumbradora y nutricia quedó eliminada. Cuando Esquilo escribió la trilogía de La Orestiada en la que las Arpías mueren o son perseguidas hasta una cueva de los confines de la tierra, la naturaleza revitalizadora de estas criaturas ya había sido totalmente sepultada.

9. Se trata de una versión posterior a La Orestíada. Por cierto, no todas las capas son patriarcales y no todas las cuestiones patriarcales son negativas. Hay cierto valor incluso en las antiguas y negativas capas patriarcales de los mitos que antiguamente se complacían en acentuar las cualidades fuertes y saludables de lo femenino, pues no sólo nos muestran de qué forma una cultura conquistadora socavaba la antigua sabiduría sino que también nos pueden mostrar de qué manera una mujer sojuzgada o con los instintos heridos era obligada a verse a sí misma no sólo entonces sino también ahora, y de qué manera se podía curar.

Una serie de órdenes destructivas dirigida a las mujeres o contra las mujeres (y/o contra los hombres) deja una especie de radiografía arquetípica de aquello que se desfigura en el desarrollo de una mujer cuando ésta se educa en una cultura que no considera aceptable lo femenino. Debido a ello, no tenemos que hacer conjeturas. Todo queda grabado en las sucesivas capas de los cuentos de hadas y los mitos.

10. Muchos símbolos tienen atributos masculinos y femeninos. En general, conviene que las personas decidan por sí mismas cuál de ellos quieren utilizar como lupa para examinar las cuestiones del alma y de la psique. No tiene demasiado sentido discutir tal como suelen hacer algunos acerca de si el símbolo de algo es masculino o femenino, pues al final resulta que los símbolos no son más que unas maneras creativas de contemplar una cuestión y encierran de hecho otras fuerzas que, desde el punto de vista de Arquímedes, son insondables, No obstante, el uso de los atributos masculino o femenino sigue siendo importante, pues cada uno de ellos es una lente distinta, a través de la cual se pueden aprender muchas cosas. Por esta razón yo busco los símbolos, para ver qué se puede aprender de ellos, cómo se pueden aplicar y, sobre todo, para qué herida pueden ser un bálsamo.

11. “Is the Animus Obsolete?” Jennette Jones y Mary Ann Mattoon, en la antología The Goddess Reawakening, ed. Shirley Nichols (Wheaton, Illinois, Quest Books, 1989). El capítulo detalla el pensamiento actual acerca del concepto del animus hasta el año 1987.

12. En los mitos griegos es frecuente que las diosas tengan un hijo de sus propios cuerpos. Más adelante, el hijo se convierte en su amante/consorte/ esposo. Aunque algunos podrían tomar este hecho al pie de la letra y considerarlo una descripción del incesto, no hay que entenderlo de esta manera sino más bien como una descripción de la forma en que el alma alumbra un potencial masculino que, a medida que se va desarrollando, se convierte en una especie de fuerza y sabiduría y se combina de muchas formas con sus restantes poderes.

13. Y, a veces, también el impulso de este brazo.

14. Esencialmente, si nos apartamos de la idea de la naturaleza masculina, perdemos una de las más fuertes polaridades para pensar y entender el misterio de la naturaleza dual de los seres humanos a todos los niveles. Sin embargo, en caso de que alguna mujer se atragante ante la idea de que lo masculino forme parte de lo femenino, le sugiero que atribuya a esta naturaleza puente el nombre que ella prefiera para que, de este modo, pueda imaginar y comprender la actuación conjunta de las polaridades.

15. Oxford English Dictionary.

16. Yo lo describiría como la poderosa y dialogante naturaleza masculina que en los hombres de muchas culturas está aplanada por culpa de unas actividades cotidianas absurdas y sin el menor mérito espiritual o por culpa de la propia cultura que sojuzga a los hombres por medio de engaños hasta anularlos casi por completo.

17. En mis investigaciones he descubierto algún indicio de que algo muy parecido a este cuento puede ser una variación de las antiguas narraciones del solsticio de invierno en las que lo gastado muere y renace en otra forma más vibrante.

18. Lo recibí con mucho cariño de Kata, que sufrió penalidades durante cuatro años en un campo de trabajo ruso en los años cuarenta.

19. La transformación por el fuego o en el fuego es un tema universal. Uno de ellos relacionado con “Los tres cabellos de oro” está presente en el mito griego en el que Deméter, la gran Diosa Madre, sostiene de noche a un niño mortal sobre las llamas para conferirle la inmortalidad. Al verlo, su madre Metanira lanzó un grito desgarrador, interrumpiendo el rito. Deméter se desconcierta y abandona el impresionante proceso. “Lástima —le dice a Metanira—, ahora el niño será un simple mortal.”

6 comentarios sobre “Capítulo 10 – EL AGUA CLARA: EL ALIMENTO DE LA VIDA CREATIVA

  1. Muchas gracias Alejandra por este manantial de Creatividad y fuente de Sabiduría… Lo iré compartiendo con el bosque para que fluya la Fuerza Creativa… Eres una loba alfa, de eso no me queda duda… Un abrazo azul intenso de tu hermana loba y solitaria…

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  2. Ooooolas azules hermana! Aquí estoy de nuevo buscando Alimento para fortalecer la ConCiencia y desarrollar La Fuerza Creativa que brota de este Manantial de Sabiduría… Me repito! veo que en el comentario anterior te dije los mismo ;-o! … Que quieres que te diga?… Aquí encuentro Paz y Conocimiento… Vida en estado Puro…. Sin adornos, ni velos ni artificios… Las aguas que lleva el Rio me cuentan con voz muy clara enseñanzas que inspiran y limpian mi Alma… Un abrazo salvaje y un manantial e besos… Te quiero mucho mi hermana… Aprecio y agradezco EnormeMente que La Vida nos preparara un encuentro… valoro tu Amistad como un precioso Tesoro … Sé que no te escribo mucho, y coincidimos muy poco en el mismo Espacio-Tiempo; pero te siento tan cerca que ni te echo de menos ;-jjj Nooo me encanta tener noticias tuyas y que me muestres tu afecto… ;-D* Otro abrazo.lleno de Cariño y Fuerza…

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  3. pero si lo lei entendí que lla me aburri adiós q carada es esto porque escriben esto es muy largo me dio flog leerlo porque escriben comentario

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